Las defensas como mecanismos que impiden el cambio psicológico
En mi trayectoria profesional como psicóloga, quería destacar un fenómeno que quizá para los lectores resulte curioso y sorprendente, pero con el que me encuentro en sesión casi a diario, siendo uno de los que más trabajo demanda. Cuando una persona decide pedir ayuda psicológica, pese a su deseo consciente de curarse y de cambiar aquello que la hace sufrir, de manera paradójica puede aparecer inconscientemente un impedimento a llevarlo a la práctica.
Comenzar un proceso terapéutico no siempre es un paso fácil de dar, de hecho, es habitual que requiera cierto detenimiento, conexión con las necesidades, recursos y dificultades de uno/una misma, sin embargo, otras veces es el malestar que nos invade o vernos al límite, el que nos hace recurrir a la psicología. En cualquier caso, el tomar conciencia de nuestros problemas unido al compromiso de hacernos cargo de ellos, van de la mano de asumir un gran esfuerzo, responsabilidad, tiempo, implicación y abandonar la zona de confort.
Es una realidad que los cambios dan miedo y cuestan, frecuentemente hasta abruman porque nos ponen más en contacto aun con lo que nos duele. Ese temor y esa incomodidad implican que una parte de nosotros/as trate de “sabotear” nuestra predisposición de partida, mediante una serie de resistencias.
Es por ello que junto a la voluntad de evolucionar se activa también una emoción defensiva, el miedo: a remover temas dolorosos, a no conseguirlo, a desmontarnos, al cambio en sí mismo… En nuestro interior cobra vida un conflicto con dos partes enfrentadas: una que anhela ese cambio y batalla por avanzar, y la otra que se resiste y pone impedimentos para evitar el progreso. Las resistencias son el reflejo de esta segunda parte, son las trabas y mecanismos que inconscientemente creamos para obstaculizar nuestro propio crecimiento.
Denominamos resistencias al conjunto de conductas, actitudes, cogniciones o emociones de rechazo u oposición de un/a paciente frente al tratamiento, a algún aspecto específico de la terapia o de su encuadre o a la propia persona del terapeuta. Se trata de un concepto que nace en el Psicoanálisis y fue definido como todas aquellas fuerzas que se oponen a nuestra labor terapéutica (Freud, III, 2936).
¿Qué función cumplen las resistencias?
En palabras de cómo las define uno de mis mayores maestros Teodoro Herranz (2021), las resistencias son mecanismos defensivos que se despliegan con el beneficio de protegernos, pero a la vez, son las responsables de que se mantengan aquellos comportamientos que se desean cambiar. Debajo de cada defensa siempre hay una necesidad, normalmente, no cubierta.
La naturaleza de las resistencias es muy distinta y va a depender de la estructura de personalidad de individuo, de su historia de aprendizaje, en definitiva de lo que le ha sido útil a la persona para transitar hasta el presente por situaciones dolorosas, relaciones de daño, pérdidas, angustia, decepciones, rechazo, emociones o ideas inaceptables,… y ¡ojo!, casi con toda certeza no habrán sabido hacer “otra cosa” para sentirse seguros/as, menos vulnerables, para ponerse a salvo o conseguir que duela menos en el momento, a pesar de pagarle el peaje del sufrimiento a medio-largo plazo. Digamos que todas estas defensas se han convertido en el “escudo emocional” de nuestros/as pacientes ante lo aversivo de la vida, el cual se ha visto reforzado por sus propias vivencias.
Identificación de la resistencia: ¿Qué teme el paciente?
En este sentido me gustaría centrarme concretamente en las resistencias que se muestran relativas al cambio o proceso terapéutico y a la relación con el profesional:
1. Al cambio/proceso terapéutico
En muchas ocasiones el temor a lo desconocido detrás del cambio es tan grande, que inconscientemente no queremos hacerlo: “¿Qué pasará si empiezo a decir que no?, ¿y si dejo de preocuparme excesivamente por todo? ¿qué ocurrirá si empiezo a mostrarme vulnerable?, ¿qué seré yo si paro de quejarme?, ¿cómo será si dejo de excusarme?”. Se observan tanto a la hora de empezar como de poner fin o abandonar la terapia. Las que identifico como más frecuentes en la práctica clínica son:
1.1.Evitación: de algo que es percibido como amenazante, peligroso o doloroso. Es una de las resistencias más comunes por excelencia. Se pone de manifiesto con actitudes tales como: “No me hace falta”, “No tengo tiempo”, “El/la terapeuta no es el adecuado/a (aunque puede darse que no surja la sintonía necesaria), “Ya estoy bien”, no acudir o llegar tarde a las sesiones.
1.2.Negación: Se rechaza de manera aquello que está aconteciendo y se bloquean de la conciencia los eventos externos con la convicción de que, si no se reconocen como reales, no están ocurriendo de verdad. De esta manera se persigue evitar que pasen a formar parte de la consciencia.
1.3.Represión: La persona tiene conciencia de lo que está sucediendo, sin embargo, decide olvidar u omitirlo voluntariamente. Este mecanismo de defensa desencadena en el sujeto una conducta de contención o inhibición.
1.4.Disociación: Ante la vivencia de un acontecimiento muy angustiante o traumático, la persona necesita desconectarse emocionalmente de la experiencia, creando así una representación diferente de sí misma.
1.5.Racionalización: responde a la necesidad de argumentar ciertos hechos para evitar entrar en conflicto con ellos mismos. Mediante esta defensa, las personas son selectivas en sus explicaciones/motivos que les permiten justificar comportamientos reconocidos como inaceptables.
1.6.Proyección: Consiste en que los pacientes atribuyen sus propias acciones, pensamientos y emociones inaceptables a otras personas. Es decir, no admite que él o ella las haya llevado a cabo sino que atribuye fuera de sí, la responsabilidad que su mundo interno.
1.7.Control omnipotente: hace referencia a la fantasía de que el origen de todo lo que sucede se haya en el deseo y capacidad de uno/a mismo/a. Esta defensa si se emplea muy frecuentemente impedirá que la persona pueda asumir de manera realista los objetivos o cambios que se marque.
1.8.Idealización y Devaluación: La idealización consiste en la necesidad de sobreestimar el valor o der a una persona, de la que depender emocionalmente y así poder resolver sus dificultades de manera efectiva. Al idealizar se espera y se exige al otro a un nivel de omnipotencia. La devaluación es el polo opuesto y expresa la frustración sentida cuando no se confirma lo que marcaban las expectativas no realistas.
1.9. Desplazamiento: se trata de un mecanismo de defensa que permite dirigir los afectos (agradables o desagradables) en una dirección menos peligrosa o más deseable socialmente que la deseada.
2. Relación terapéutica
Las resistencias también pueden estar ligadas a la relación terapéutica, como hemos enumerado al inicio de este artículo. El tratamiento psicológico se puede ver entorpecido o detenerse a causa que de que una defensa del paciente se haya instalado como un obstáculo entre él/ella y el/la terapeuta (T. Herranz, 1999).
Muchos de los mecanismos defensivos que se observan en el proceso de cambio, de igual manera pueden aparecer asociados al o la terapeuta.
En este momento hay que pararse en el vínculo terapéutico, aclarar la resistencia, identificar su origen y su cometido. Los motivos pueden ser muy diversos, no obstante, lo verdaderamente importante en este caso es determinar las resistencias que afectan a la alianza terapéutica y abordarlas de manera consciente junto con el paciente. Solo de ese modo será posible el avance en el proceso.
Darse cuenta de que “algo” está ocurriendo en el vínculo, comienza por conectar con cómo nos hace sentir la actitud y conducta del paciente. La base de la cura en psicología está a la orden de la relación terapéutica y como tal, no podemos ignorar esa tensión o incomodidad debida al cuestionamiento, a la sobre-exigencia, la desconfianza, la idealización, el desplazamiento emocional, etc., de parte del o de la paciente en cuestión, que actúan como señales de distancia y lejanía en el vínculo.
Con esto no quiero decir que nuestra labor como terapeutas deba ser eliminar de cuajo dichas “barreras”, por supuesto cada resistencia se ha forjado en un momento en el que el paciente la necesitó, siendo el recurso que le sirvió y que se ha mantenido porque sigue cumpliendo una función importante. El contrapunto de estos mecanismos defensivos es que para conservar dicha función, el coste suele ser muy elevado pues boicotea el alcance de una mejora adaptativa.
La idea y el desafío a la vez, es embarcarnos en un proceso psicológico que proporcione a la persona la guía o acompañamiento necesarios, procurando que pueda ir derribando por sí misma sus obstáculos frente al miedo y la incertidumbre que encierra el cambio que precisa. En otras palabras, se trata de poner las defensas al servicio de la terapia para desarmarlas.
En conclusión, siempre y cuando estas resistencias no se levanten y sigan impidiendo a los/las pacientes su avance en el proceso, no hay posibilidad de cambio en psicoterapia.
“Resistiré” es un buen lema de cara a mantenerte firme cuando no quieres que te arrebaten lo que de verdad te hace bien, pero es un freno innecesario si aquello contra lo que luchas lleva el nombre de sufrimiento.
Alba Psicólogos
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