“No me entiende. Cuando crezca y me entienda todo será más fácil; será mas razonable…”
Dice un proverbio árabe que “quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación”. Es evidente que cuando nacemos nuestra capacidad para comprender el lenguaje hablado es inexistente, pero eso no significa en absoluto que no nos podamos comunicar con nuestros niños.
No olvidemos que los seres humanos somos mamíferos que hablamos con las manos, las caricias, el calor de la piel contra la piel… ese lenguaje dice mas que mil palabras. Además, no se sabe muy bien cómo, pero somos capaces de sustituir el lenguaje verbal por el no verbal, mientras menos podamos comunicarnos verbalmente, más lo hacemos con el lenguaje no verbal (a medida que nuestro lenguaje verbal se perfecciona se va relegando a un segundo plano la comunicación no verbal y la habilidad para interpretarlo, aunque siempre está ahí). Puede que nuestros pequeños no entiendan nuestras palabras pero son mucho más hábiles que nosotros para captar los contenidos gestuales, entienden mucho más que nosotros nuestras caras con sus infinitos gestos, nuestros tonos de voz, con sus infinitas tonalidades, no entienden lo que decimos pero si entienden los sentimientos, los contenidos emocionales que al fin y al cabo son los que más cuentan.
Además, incluso somos capaces de adaptar nuestro lenguaje verbal a la etapa de desarrollo en la que se encuentra un niño, con el que intentamos comunicarnos. ¿No habéis observado cómo habla un adulto a un bebé? Lo hace mirándoles a los ojos, muy cerca, en frases muy cortas y con una entonación determinada. Si habláramos así a un adulto quedaría patético y terriblemente ridículo, lo hacemos así porque sabemos que su comprensión verbal es limitada y lo que realmente estamos haciendo es dejarle muy claro nuestros contenidos a través del lenguaje no verbal. Esto lo hacen incluso los niños, un niño de ocho años por ejemplo también habla de una forma especial a un bebé.
Además hay otro factor importantísimo, las palabras comunican y son importantes pero tiene muchísima más fuerza lo que se hace: los hechos. Puede que nuestros hijos no comprendan nuestras palabras pero os puedo asegurar que los hechos no dan lugar a errores, por eso cuando justificáis vuestra dejadez educativa con el argumento de “ya lo haré cuando mi hijo me entienda… es que todavía no tiene sentido porque no entiende” no es más que una justificación.
Los niños aprenden con lo que se les dice, pero sobre todo con lo que se hace. Si Agustín está llorando en el carro y le decimos: “Mira cariño, no te voy a coger, porque a mamá le duele mucho la espalda y además, has estado en brazos más de una hora en casa de la abuela, te acabo de dejar en la silla, y digo yo que un ratito hasta que lleguemos a casa puedes ir en el carro fabulosamente”, está claro que nuestro hijo de ocho meses no entiende el mensaje de dolor de espalda, la razón de que lleva dos horas en brazos… pero lo que si entiende es que en un tono, firme, cariñoso, con el dedo índice en movimiento horizontal cuando decimos la palabra “NO” , moviendo a su vez la cabeza horizontalmente, diciéndole todo esto a la altura de su ojos… Agustín sabe que su madre le está diciendo que no va a cogerle en brazos, y, si además sus hechos corroboran sus palabras, la situación queda más clara que agua cristalina.
Pues no hacemos esto, porque creemos que nuestros hijos no nos entienden verbalmente, llegamos a la conclusión de que nada podemos hacer en materia educativa, que tenemos que esperar a que nuestros hijos tengan un lenguaje comprensivo bueno, creyendo que las palabras son el todo en educación. Y mientras les estamos educando en la permisividad, en el que no enfadarse, que no llore… porque suponemos que luego ya habrá tiempo, que más tarde le enseñaremos que eso no está bien. porque ” como todavía no entiende…” Como bien hemos aprendido, sí entiende, nuestros hechos hablan y le están educando.
¿O es acaso una excusa para no enfrentarnos a la, a veces, tediosa y desagradable tarea de educar?
Alba Psicólogos
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