He roto algunas promesas… he fallado… Por eso creo estar en deuda contigo, pues no siempre he cumplido lo que he prometido…
Cuántas veces se me ha llenado la boca diciendo que “lo que se promete, se cumple” y sin embargo… he fallado, pues no lo he cumplido.
Prometí no abandonarte nunca…
estar allí siempre que me necesitaras…
decirte siempre la verdad…
y no he cumplido…
mis palabras se han vuelto humo, han quedado vacías, huecas…
…estoy en deuda contigo.
Si digo que no he podido… ¿son excusas?
Si te cuento que la situación ha cambiado, ¿es una justificación, para calmar mi culpa?
¿Ahora sé que fui ingenua cuando coloqué en mis promesas el “nunca”, el “siempre”, el “pase lo que pase”?
¿Acaso existe algo que sea inmutable, permanente para siempre…?
Una vez leí en un libro maravilloso titulado La Invitación que decía que las personas más fiables – las que dicen la verdad, aun cuando la verdad sea dura- no son las que siempre permanecen fieles a las promesas. Las personas capaces de ser desleales -que pueden cargar con la responsabilidad de romper un pacto con alguien con tal de no traicionarse a sí mismos- son dignas de confianza.
Seguí leyendo, que es incómodo, que los demás nos vean como personas capaces de romper las promesas que hicimos en el pasado. Sin embargo, a lo largo de la vida, a veces es inevitable que esto suceda, porque el cambio es inevitable, y para que los compromisos mantengan su vitalidad hay que rehacerlos y renovarlos.
Cuando decimos: “hasta que la muerte nos separe”, “pase lo que pase siempre estaré ahí”, “nunca te abandonaré”, “nada ni nadie nos separará”… traicionar la fe que hay en esas palabras, cuesta mucho.
Todos sabemos, que algo se rompe en nuestro interior al perder la confianza en nuestra convicción de que el compromiso era incondicional.
Si no podemos vivir con nuestra necesidad de renovar los acuerdos que hacemos, rompemos la única promesa que en verdad nos debemos: decirnos la verdad, a nosotros mismos y a los demás, porque a veces mantener nuestras promesas, a costa de todo, supone la traición a nosotros mismos, vivir a costa de perder nuestra dignidad, y el respeto por nuestra propia persona.
Y yo, te pregunto, ¿puedes hacerlo? ¿puedes optar por el incumplimiento de una promesa, aún cuando la opción sea difícil y signifique que otros dirán que eres desleal, un traidor y un mentiroso?
Lo sé, he roto unas cuantas promesas, pues en mi ignorancia, ingenuamente pensé, que contigo, el siempre y el nunca eran verdades permanentes, que la vida era inmutable y mucho más sencilla de lo que al final ha resultado ser.
Y aquí sigo yo, haciendo ya, pocas, muy pocas promesas, siendo plenamente consciente, que solo quiero prometer aquello que pueda cumplir, para tener las menos deudas posibles, con la vida y no romperme más por dentro.
Y también te digo que con aquellas promesas que ya he realizado, sé que, aunque yo no soy veleta que cambie según se modifica la dirección del viento, también he aprendido que a veces cuando cambian las circunstancias, inevitablemente también se modifican las reglas del juego y es entonces cuando para mantener el equilibrio emocional, es preciso hacer una muda de piel, ser justo con uno mismo y aceptar que la vida se mueve, que hay que renovar, rehacer acuerdos, y te das cuenta, que ni siquiera las promesas son inmutables.
Alba Psicólogos
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