Estos datos resultan especialmente relevantes cuando tenemos en cuenta que en 9 de cada 10 rupturas matrimoniales, se encuentran presentes hijos menores de edad (INE, 2017).
Los niños están en una etapa de especial vulnerabilidad, ya que por su escasa madurez, y su breve recorrido vital, es posible que malinterpreten la situación y empleen recursos de afrontamiento para su gestión que no siempre accionan exitosamente. Como consecuencia, la experiencia de divorcio se asocia en algunas ocasiones con un aumento de las dificultades de adaptación en diferentes áreas de su desarrollo (emocional, conductual, social…), al compararse con otros menores pertenecientes a familias intactas.
No obstante, conviene hacer un llamado al sentido común y tomar la literatura científica desde una postura crítica frente a los efectos adversos. Las investigaciones hacen referencia a aquellos problemas que pueden desarrollarse con mayor probabilidad ante la exposición al conflicto marital, sin que su aparición sea una condición necesaria (Valdés y Aguilar, 2011). Además, muchas de las estadísticas ocultan el hecho de que existen variaciones en la forma en la que los menores reaccionan ante la ruptura de sus padres, camuflando los beneficios que pueden derivarse de esta situación (Cantón et al., 2002).
El divorcio en sí no genera efectos nocivos, sino que son los aspectos contextuales negativos que lo rodean (por ejemplo, procesos contenciosos) y propios de la relación parental (como un alto nivel de conflicto y reacciones agresivas), los que amenazan el bienestar de los hijos (Gómez-Ortiz et al., 2017).
De hecho, se encuentran mayores dificultades de adaptación entre menores cuyos padres permanecen casados con un alto nivel de conflictividad, frente a los que pertenecen a familias de padres divorciados con menor grado de conflicto. Debemos ser conscientes de que generalmente, la ruptura conyugal supone un decisión tomada con miras a poner fin a una situación familiar conflictiva para pasar a una nueva más armoniosa, en la que se recupere el bienestar psicológico de todos los miembros de la familia.
Así, las consecuencias asociadas al divorcio entre los menores dependerán en gran medida de la gestión del mismo por parte de los progenitores, por lo que su papel es fundamental. De ahí la importancia de colocarse las gafas de las necesidades de la infancia y situar a los más pequeños en el punto de mira.
Los padres deben asumir que el divorcio implica una ruptura matrimonial pero no parental; por lo tanto, en sus manos recae la responsabilidad de que los problemas entre adultos, no “salpiquen” el bienestar del menor. Al fin y al cabo, “ser padre” puede ser considerado un “trabajo” más, cuyo “contrato” permanece a pesar de la ruptura de la relación de pareja, dado que sus hijos no se han divorciado de sus padres.
Entendemos que el manejo de esta nueva situación no resulta nada fácil para los adultos, quienes sufren en estos momentos una de las experiencias vitales más estresantes y dolorosas. Los padres deben enfrentarse por separado a tareas altamente costosas emocionalmente, como el propio ajuste personal al divorcio (Fariña y Arce, 2006) y la adaptación al nuevo rol de padre divorciado. Todo ello en un contexto no facilitador, en el que suele producirse una disminución de recursos económicos, traslados e inestabilidad socio-laboral (Cantón, Cortés y Justicia, 2002).
Es por ello, que en estos momentos, se hace en muchas ocasiones necesaria la atención y acompañamiento por parte de profesionales especializados en la materia como psicólogos, mediadores, abogados o trabajadores sociales, entre otros, que ofrezcan un asesoramiento personalizado para minimizar y prevenir entre los menores los efectos adversos asociados a la ruptura matrimonial.
Pues bien, llegados a este punto, le informamos de que ya está puesto al día sobre las consideraciones que la ciencia ha revelado. En la segunda parte de este artículo, podrá interiorizar distintas pautas de funcionamiento para abordar para abordar un gestión del divorcio adaptativa que colabore con el bienestar de todos los miembros implicados.
Al fin y al cabo, los niños no son adultos pequeños, por lo que tanto en los padres como en los profesionales en contacto con menores, recae la necesidad de contemplar y gestionar el divorcio desde la mirada de la infancia, para que lejos de terminar perjudicada, resulte incluso fortalecida.
*Nota aclaratoria: Cabe destacar que por cuestiones prácticas, en el presente artículo nos referiremos a separación o divorcio indistintamente, queriendo reflejar la ruptura entre ambos miembros de la pareja, independientemente del proceso en el que se encuentren.
Referencias:
Cantón, J., Cortés, M. R., y Justicia, M. D. (2002). Las consecuencias del divorcio en los hijos. Psicopatología Clínica Legal y Forense, 2(3), 47-66.
Fariña, F., y Arce, R. (2006). El papel del psicólogo en casos de separación o divorcio. Future of Children, 4(143), 164.
Instituto Nacional de Estadística – INE. (2017). Estadística de separaciones, nulidades y divorcios. Madrid: INE.
Gómez-Ortiz, O., Martín, L., y Ortega-Ruiz, R. (2017). Conflictividad parental, divorcio y ansiedad infantil. Pensamiento psicológico, 15(2), 67-78.
Valdés, Á., y Aguilar, J. (2011). Desempeño académico en hijos de padres Casados y Divorciados. Revista Mexicana de Orientación Educativa, 8(20), 24-32