Cuando se nos pregunta sobre la violencia hacia la mujer en nuestras cabezas suele activarse una idea más o menos generalizada sobre la situación: un hombre que es agresor y una mujer víctima sometida e incómoda con la situación que sólo quiere salir de ahí. Pero, ¿qué pasa con esas mujeres que lo están viviendo y no sólo lo ven como algo normal sino que comprenden a su agresor? Sería algo así como la víctima de un secuestro que se alía con su secuestrador, el llamado Síndrome de Estocolmo.
No es exactamente lo mismo pero queremos preguntarnos qué subyace debajo de esa aceptación del comportamiento agresivo. Pese a que hay muchas cosas que pueden afectar a esta aceptación y comprensión queremos fijarnos, en concreto, en la empatía.
La empatía es la capacidad para ponerse en el lugar de los otros. Esta capacidad es fundamental para erradicar la violencia pero sin capacidad de análisis y crítica puede ser un arma de doble filo. Y es aquí donde queremos llegar.
Cuando una persona está sometida a una situación de alto estrés y emocionalmente tan dura, lo más característico suele ser una falta de procesamiento eficaz y correcto de la realidad que le rodea. Esto lleva a que la víctima tenga serias dificultades para construir una barrera que ponga en duda los argumentos que da el maltratador y que los utiliza para dar legitimidad a lo que él está haciendo (“es que en mi casa mi padre me pegaba”, “es que no está bien, pobrecito, porque ha perdido su trabajo”).
Muchas víctimas entienden que el amor es apoyo y comprensión y así es pero, como todo, necesita sus límites. Si no tienes esos límites la empatía deja de tener esa finalidad de aceptación social para pasar a ser autodestructiva. Según algunos estudios, las víctimas de violencia hacia la mujer pueden llegar a desarrollar niveles muy altos de empatía con su agresor tendiendo, con mucha facilidad, a meterse en su piel y de una manera muy intensa. De hecho, muchas de estas víctimas quieren entender esos comportamientos agresivos y violentos llegando incluso a comprenderlos. Este es uno de los muchos problemas que se generan en una relación de estas características.
Esto no significa que dejemos de trabajar la empatía que, vuelvo a repetir, bien trabajada es un buen predictor para la no violencia, sino que debemos trabajarla junto con el pensamiento crítico y la asertividad, no solamente con los demás sino con uno mismo. También tenemos que aprender a decirnos que no a nosotros mismos.
Es cierto que esas creencias y esa sobreutilización de la empatía pueden y deben desmontarse y volver a construirse de manera sana tanto a nivel individual como social. Por eso mismo, lo más importante es, como siempre, prevenir desde edades muy tempranas y dar buenos modelos a los más pequeños para no perpetuar mucho más allá en el tiempo este tipo de relaciones.
Alba Psicólogos
Especialistas en violencia desde 1986
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