Del enfado a la agresividad: el disfraz (im)perfecto de las emociones
Como si de una obra de teatro se tratase, existen muchas ocasiones en las que las personas, en lugar de interpretar al personaje (emoción) que nos ha tocado vivir en ese momento, nos colocamos un disfraz diferente, para evitar mostrar nuestra verdadera identidad.
Esto suele suceder porque tenemos algunas creencias falsas o irracionales sobre determinadas emociones desagradables: “no está bien que me vean llorar”, “sentir miedo es de cobardes”, “no puedo dejar que me vea así”, “qué van a pensar si me ven sentir vergüenza”, “si digo como me siento me van a ver vulnerable y me pueden hacer daño”, etc.
Así pues, cuando disfrazamos nuestras emociones desagradables, lo que estamos haciendo es evitar o negar una emoción principal (miedo, enfado, vergüenza, tristeza…) y percibir una emoción secundaria, que nada tiene que ver con la situación que estamos viviendo (ira, furia o agresividad, principalmente). Siguiendo con nuestro teatro, como este papel no es el que corresponde a dicha escena, no tenemos muy claro qué hacer para poder continuar con el guion de la obra.
Y tú… ¿qué disfraz llevas puesto?
Cuando disfrazamos nuestras emociones, resulta muy complicado adaptarnos a la situación y resolverla adecuadamente, ya que perdemos de vista lo verdaderamente importante del escenario (solucionar un problema, aclarar una conversación, realizar una petición o una sugerencia, etc.), y nos centramos en otras cosas que nada tienen que ver con el contexto (“siempre está con lo mismo”, “nunca me entiende”, “me dice esto cuando esta persona es peor”, etc.).
Además, cuando el disfraz que nos colocamos es el de la furia o la agresividad, las sensaciones fisiológicas que experimentamos suelen ser muy intensas, por lo que es muy fácil dejarnos llevar y poner nuestro foco atencional en ellas. Cuando sentimos enfado, nuestro corazón se acelera, nuestros músculos se tensan, la temperatura corporal aumenta, la respiración se agita y en el cerebro se produce un aumento de la testosterona (hormona vinculada a la conducta agresiva y dominante) y una reducción del cortisol.
Ante estas reacciones fisiológicas, nuestra primera reacción o deseo nos lleva a gritar, insultar, soltar un taco, golpear algo, estrujar un cojín, etc. Esto, a priori, no parece algo negativo, siempre y cuando su intensidad, duración y frecuencia no sean excesivas y siempre que no nos dañemos a nosotros mismos ni a terceras personas. Estos actos de descarga, nos ayudan a canalizar y reducir estas sensaciones. En definitiva, nos ayudan a quitarnos el disfraz. Pero el problema está cuando nos dejamos llevar solo por estas reacciones y nos olvidamos de la verdadera función del enfado.
Analizando el “enfado”
¿Te has parado a pensar alguna vez por qué o para qué nos enfadamos? El enfado es una expresión de dolor, que nos moviliza a través de la agresividad y que tiene que ver con algo que no nos gusta, que consideramos injusto o que no estamos dispuestos a tolerar o aceptar.
Y es ahí donde radica el verdadero potencial del enfado: en poner nuestra atención en buscar soluciones o alternativas para cambiar o mejorar aquello que no nos gusta. Por ejemplo, las huelgas o las manifestaciones son, en resumidas cuentas, un montón de gente enfadada buscando mejorar o solucionar una situación concreta ¿lo habías pensado alguna vez así?
Cuando aprendemos a gestionar adecuadamente la emoción del enfado, es decir, cuando somos capaces de dejar al descubierto nuestra verdadera emoción y nos quitamos el disfraz de la agresividad (aceptamos las sensaciones físicas y fisiológicas de la emoción, pero no nos dejamos llevar por ellas), es cuando somos capaces de escuchar(nos), de avanzar, de solucionar, de crecer, y de mejorar.
Si algo te molesta, primero escucha(te) y después exprésalo con respeto y empatía. De igual modo, cuando alguien está enfadado, recuerda que detrás de esa emoción suele haber un dolor, una herida o un malestar que necesita ser atendido con cariño y comprensión.
Pon tu foco atencional en el mensaje que te está dando la emoción y en cuál sería la mejor solución a esa situación injusta y tu enfado habrá servido para algo. Enfadarse es adaptativo y necesario para avanzar, así que intentemos no colocarle otros disfraces, y así podremos ver el mejor camino para seguir creando nuestra propia obra de teatro.
Alba Psicólogos
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Interesante artículo. El problema también es cuando el disfraz ya quema.