¿Qué son los límites?
Los límites son caminos ya trazados por los padres donde los hijos pueden circular tranquilamente, enseñándoles qué lugar es un entorno seguro, frente a otro que por el contrario, no lo es.
Es decir, son necesarios para educar a los niños. Sirven para guiarles en el camino de la vida discriminando lo que está bien frente a lo que está mal, comprendiendo cómo deben comportarse y relacionarse con otras personas.
Límites con amor
Cuando establecemos límites a nuestros hijos les estamos demostrando nuestro amor y preocupación por su bienestar. Límites con amor… decía un libro.
Son importantes para que le quede claro qué es lo que puede hacer o no en cada situación, así como la forma de realizar lo que desea de la manera más adecuada, integrarse en la sociedad y comprender las normas que hay en ella para favorecer su adaptación. De este modo, se logrará un adecuado desarrollo emocional y social.
¿Cómo se ponen los límites adecuadamente?
¿Qué ingredientes son necesarios para dar forma a los límites adecuadamente? Quédate leyendo y te daremos algunos pasos a seguir:
- Ser firmes. Se debe aplicar el límite con firmeza, con una voz segura, sin gritos y una mirada seria (no amenazante).
- Ser claros. Las normas marcadas no han de ser excesivas (dos o tres como mucho), deben ser claras y realmente necesarias para no convertirlas en ineficaces. Así, se informa a los hijos de lo que se espera de ellos y en qué momento.
- Deben transmitirse de manera positiva. Se trata de informar al niño de lo que hay que hacer, no de lo que no hay que hacer. Los niños también necesitan límites positivos para ayudarles a controlar sus emociones. Por ejemplo: “Cuando te enfades intenta decirme cómo te sientes sin gritarme”.
- Dar explicaciones breves y ajustadas a la edad del niño. Cuando se entiende el motivo de una regla y se explica el por qué, es más probable que los niños se sientan más animados a obedecerla. Asimismo, hace que desarrollen valores internos de conducta o una conciencia de esta.
- Ofrecer alternativas. De esta forma, le enseñamos que sus deseos son aceptables, pero debe aprender a esperar y saber cuándo algo resulta apropiado. Por ejemplo: “No te puedo dar un helado antes de la cena, pero sí después”.
- Desaprobar la conducta, no al niño. Es importante dejar claro que nuestra desaprobación está relacionada con el comportamiento del niño y no con su persona. Hay que decírselo con claridad y centrarnos en lo que queremos que haga o deje de hacer, no en la actitud o en la valía del niño. Por ejemplo: En lugar de decir “eres malo”, le decimos “no muerdas” o “no pegues”.
- Controlar las emociones. Lo que hay que limitar es la conducta, no los sentimientos que la acompañan para que no afecten el respeto y la autoestima del niño.
- Ser consistentes. Los límites deben cumplirse siempre que las circunstancias sean las mismas y si cambian, deberían ser revisados. De lo contrario, puede generar confusión en el niño por no saber realmente lo que se espera de él. Las rutinas y las reglas en la familia deben ser constantes día tras día, independientemente de que uno esté cansado o indispuesto.
- Consecuencias y refuerzo. Son importantes las consecuencias que provienen de las normas o límites. Estas hacen que el niño se autorregule. Por ello, deben de ser coherentes, no exageradas y que su cumplimiento sea real. Cuando el niño cumpla los límites es fundamental el refuerzo positivo para que sienta que vale la pena esforzarse para autorregularse.
Alba Psicólogos
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Muy interesante! En ocasiones debemos establecer ciertos límites para que los más pequeños aprendan que no todo es de color rosa.
¡Así es! Son necesarios 🙂