¡Buenos días equipo! Seguimos comentando los objetivos del comportamiento adecuado e inadecuado de los niños. ¿Quieres saber más? ¡Quédate a leernos!
AUTOINSUFICIENCIA
Los niños que demuestran auto-insuficiencia están extremadamente «descorazonados». Habiendo perdido las esperanzas de tener éxito por otros medios, tratan de que nadie espere nada de ellos. Esta rendición se da en aquellas situaciones en las que los niños piensan que no pueden tener éxito.
Ante la desesperanza de sus hijos los padres también se rinden, consideran que sus niños no van a superar esas situaciones, que empiezan a asumir como permanentes, y esto también lo trasmiten a los niños, lo cual es interpretado por ellos como confirmación de su creencia de incapacidad.
Es decir, pienso que no voy a ser capaz de aprender a solucionar los problemas de matemáticas. Ante esta creencia, que suele estar basada en algunas dificultades, me rindo, no me esfuerzo. Los padres lo intentan, le explican, le repiten, pero ante las dificultades llegan a creer que:
«Las matemáticas se le dan fatal»
«Es incapaz de razonar estos conceptos»
«Bueno, hijo, qué le vamos a hacer, no es tu punto fuerte».
La actitud a seguir es totalmente la contraria: los padres deben eliminar toda censura y enfocar todos sus comentarios hacia las buenas cualidades y las potencialidades del niño. Los padres deben estimular cualquier esfuerzo hecho por el niño —no importa cuan pequeño parezca— para que mejore.
La otra cara de la moneda de la auto-insuficiencia es la suficiencia. Es maravilloso ver cómo nuestros hijos intentan superar sus
dificultades, cómo practican una y otra vez para conseguir ponerse los calcetines, cómo insisten ante los problemas de matemáticas hasta que se les ilumina la cara y vienen radiantes a decirte que lo han conseguido. Animarles a que no se rindan, estimularles para que consigan aquello que desean, hacer que se sientan capaces de conseguir lo que se propongan y trasmitirles que son capaces de todo requiere esfuerzo, estar atento, escuchar…y, sobre todo, el requisito imprescindible es que nosotros creamos en ellos, que pensemos que son capaces de aquello que se propongan. La idea es muy sencilla:
«Piensa en lo que quieres y a por ello».
«Con práctica se consigue lo que se quiere».
«Si quieres, puedes».
Ejemplo
Javier es un niño de cinco años, al que le cuesta mucho decir a los demás lo que no le gusta. Suele callarse y permitir que los otros abusen continuamente de él. Lo hace su hermano menor Mario, lo hace su compañera del colegio Aitana…. Últimamente, su compañera Aitana le persigue continuamente por el patio, obsesionada con darle la mano y estar todo el recreo con él. Esto a Javier le disgusta, porque no le permite jugar con sus compañeros. En la ruta del autobús también le acosa y Javier empieza a sentirse muy agobiado.
Cuando sus padres hablan de Javier le describen como un niño «tan bueno, tan bueno… que sabemos que va a sufrir mucho».
Sus padres están fomentando, de forma involuntaria, en su hijo ese papel de bueno, de noble. Nos dicen: «Es un niño de gran corazón».
Lo que hay que hacer es estimular a Javier para entrenarle en que diga lo que piensa, enseñarle que es perfectamente capaz de decir a Aitana (y a quien haga falta) lo que piensa. Hay que enseñarle a mirar a los ojos y decir: «Aitana, no quiero que me persigas por el patio. No quiero darte la mano, quiero jugar con mis amigos». Hay que enseñar a Javier que, desde el respeto, tenemos derecho a expresar lo que pensamos y sentimos; es más, es necesario hacerlo y tenemos que hacerlo cuantas veces sea necesario.
Los padres tenemos muchas oportunidades para entrenar a nuestros
hijos en estas habilidades: con sus hermanos, con los primos, con amigos de confianza… No estoy planteando solucionarles los problemas, estoy hablando de enseñarles a solucionarlos ellos, de fomentar sus habilidades para que «ellos se saquen las castañas del fuego».
¿ATENCIÓN, PODER O REVANCHA? ¿PUEDE SER TODO A LA VEZ?
Veamos el siguiente ejemplo:
Es domingo por la tarde y nos hemos metido en la bañera con nuestra hija Esperanza, de cinco añitos. Nos lo hemos pasado pipa, nos hemos acariciado, hemos jugado a las letras en la espalda, a derecha izquierda, nos hemos enjabonado la espalda Esperanza quiere que nos quedemos, quiere seguir jugando con su madre, QUIERE MÁS ATENCIÓN. Pero, por la hora que es, la madre decide que es el momento de salir y Esperanza no consigue más tiempo de su madre. Cuando se está secando, la niña dice:
—«Mamá, no me haces caso, casi nunca juegas conmigo, no te importa que yo me queda aquí sola y triste. No te importo…».
¿Qué acaba de hacer Esperanza? Pues, PASAR A LA REVANCHA. Ya sabemos que no debemos responder a ella, debemos seguir con lo que estemos haciendo y contestar, como mucho, algo así como:
—«Siento mucho que pienses de esa manera».
No debemos hacerla razonar, ni intentar convencerla de que lo que dice no es cierto; tampoco se aconseja juzgarla, diciendo:
—¿Cómo puedes decir algo así?
Todas estas reacciones alimentan la finalidad de la revancha, puesto que muestran al niño que nos afectan. Entonces, lo mejor sería irse a la cocina y, al poco, volver para sacar a Esperanza de la bañera. Es posible que su enfado se convierta en una LUCHA DE PODER y se niegue a salir. Ya sabemos que no debemos discutir, ni tampoco dejarla en la bañera. Lo que hemos de hacer, de forma calmada, tranquila, respetuosa y firme, es sacarla de la bañera, sin más.
Y AQUÍ SURGE UNA DE LAS CINCO PREGUNTAS:
¿Cuál es el objetivo concreto de la conducta de nuestro hijo?
O lo que es lo mismo:
¿Para qué dicha conducta?