¡Y seguimos con este no parar! ¡Nuevo capítulo recién salido del horno! Te lo dejamos a continuación para empezar con buen pie la semanita.
Capítulo 8 – Empieza la Función (P.II)
Función punitiva o autoritaria
Este enfoque tiene una única ventaja: «la función» es breve, incluso se podría decir que no existe «función»; pero, también tiene otra importante desventaja: la colaboración y el respeto son inexistentes.
Si el niño «se porta mal», se comienza directamente con amenazas, seguidas de miradas de enfado y gritos. El niño suele reaccionar a continuación con miedo y ceder a los requerimientos.
CLAVES PARA QUE NO EMPIECE LA FUNCIÓN
Existen varios elementos a tener en cuenta para no dar lugar a que comience la función:
• Procedimiento de comprobación: consiste simplemente en comprobar que los niños han escuchado y entendido el mensaje:
«¿Has entendido lo que te he dicho?»
«Dime con tus palabras lo que me has oído decirte»
Si el niño aún no habla, el mensaje se hará en frase breve, mirándole a los ojos y cerca de su cara, acompañado de gestos (normalmente lo hacemos de forma innata, para esto no suelen hacer falta instrucciones):
«No te voy a coger en brazos».
• La técnica de la interrupción: es un método para interrumpir una función cuando los hijos intentan enganchar a sus padres en la discusión, el debate, la negociación o para que se transija en los límites. Como su nombre indica, la interrupción termina la interacción estableciendo una consecuencia si ésta continua:
«Hemos terminado de hablar. Si lo sacas a relucir de nuevo, entonces…» (a continuación, se expone la consecuencia).
• Calmarse: la técnica es sencilla, en situaciones de irritación o enfado hay que separarse de los hijos diciendo frases como las siguientes:
«Creo que estoy enfadado. Luego seguimos hablando cuando me haya calmado».
«Me parece que estoy muy enfadado. Luego seguimos hablando, cuando este tranquilo».
En el caso de que el niño no acepte, interrumpa la interacción. Hay un refrán que dice: «Dos no discuten, si uno no quiere».
A veces es muy útil utilizar una pequeña regla, antes de hablar: «Contar hasta diez» (sabiduría popular) y pensar mientras si es necesario hablar, el efecto que puede tener, y si va a aportar algo a la situación. Si no es así, es mejor callar. A veces este pequeño ejercicio hace que controlemos lo que vamos a decir o que, simplemente, callemos.
Ejemplo:
María, de 22 meses, se enfada muchísimo cuando su padre no le permite seguir viendo su película preferida (que ha visto cien veces) y decide que, por hoy, ya ha visto suficiente televisión:
—Padre: «María, cariño, vamos a dejar ya la tele y vamos a jugar a otra cosita. Hoy ya no hay más tele, ¡venga!, ¿A qué vas a jugar ahora?»
—María: ¡No! ¡Peli, papá, peli!
—Padre: María, cariño, hoy ya has visto mucho la tele, ¡venga, que tienes muchos juguetes! ¿A qué jugamos?
María se enfada, empieza a llorar y a gritar pidiendo de nuevo su peli, patalea, tira a su padre del brazo para que encienda el televisor… Entra en rabieta; posiblemente no es el momento de pedirle que se vaya al cuarto a pensar.
En esta situación lo mejor es simplemente ignorar su rabieta, no entablar una discusión ni dar razonamientos y, por supuesto, que no vea la televisión (los dos alimentos de la lucha de poder). Pero si el padre o la madre notan que el enfado va en aumento, son ellos quienes deben salir del entorno visual del niño y no deben volver hasta que estén calmados y tranquilos.
Cuando se considere necesario salir de la situación, lo más importante no es decidir quién se va, si el niño o el adulto. Lo crucial es parar y calmarse. Si se aprecia que el niño está tan enfadado que no va a aceptar
la sugerencia de irse a su cuarto a calmarse (más bien la va a utilizar para entrar en una espiral de lucha de poder), el adulto puede optar por salir él mismo de la situación o bien controlarse y no prestar atención a su insistencia, para así no seguir alargando la situación negativa. Con esta actitud se elimina la posibilidad de empezar «la función».
Ejemplo:
—Padre: ¡Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado! Bueno, Andrea, ya hemos hecho pis, hemos bebido agua, nos hemos hecho cosquillas, hemos hablado, y hemos leído nuestro cuento. Hasta mañana, cariño, ¡que duermas bien!
Andrea decide que le apetece estar más tiempo con su padre (ATENCIÓN), y para conseguirlo llora pidiendo otro cuento. Luego, le llama pidiendo agua…
—Padre: «Andrea, tu tiempo por hoy se ha acabado. Es hora de dormir. Por mucho que me llames, no voy a venir (tono calmado y firme)».
Si la niña opta por levantarse, tantas veces como lo haga, se la llevará de nuevo a su cama, de forma calmada, controlando no prestarle atención, ni siquiera con la mirada.
En resumen: cuando comenzamos «la función» con sermones, repeticiones, ruegos o súplicas… nuestra intención es conseguir la colaboración de nuestros hijos. Creemos que estos van a comprender y entender que esto es lo mejor, pero no es así. Podemos hacer esto durante meses o años, intentando que recojan los juguetes, se laven los dientes… pero es curioso, no entendemos por qué no funciona, por qué no son razonables y colaboradores. Pues no lo son, porque el hecho de repetir, sermonear o rogar hace en sí mismo que dichas conductas negativas se mantengan y, mientras sigamos con «la función», no solo no las vamos a cambiar, sino que, además, las estamos alimentando. Tenemos que conseguir que nuestras palabras tengan credibilidad. Nuestros hijos tienen que creer en nuestras palabras, tienen que creer en nosotros.