Adivina adivinanza… ¿de quién es el problema? ¡Descúbrelo a continuación!
CAPÍTULO 6 – ¿DE QUIÉN ES EL PROBLEMA?
Cuando se plantea esta pregunta, las caras de los padres me dicen: «nuestro», «de los padres». No cabe otra respuesta, sea lo que sea: irse a dormir, hacer los deberes, comerse la comida… La respuesta casi siempre es la misma: el problema es de los padres.
Además, también dicen: «¿Y qué más da de quién sea el problema?».
Pues no da lo mismo, porque la respuesta va a condicionar nuestra forma de actuar y sentir y la de nuestros hijos. Pasemos a analizar por qué es tan importante esta pregunta.
Un ejemplo muy personal, pero también muy real: ¿De quién es el problema, si mi coche no tiene aceite? La respuesta es evidente: mía, o así debería ser, pero la realidad es otra: es de mi pareja ¿Por qué? Porque él ha asumido siempre esa responsabilidad. Él se ha encargado siempre de que mi coche esté a punto, si el coche falla, consideraré que él es el responsable, cuando en realidad toda la responsabilidad es mía. Algo similar ocurre con las cuentas bancarias, pero en este caso la situación se invierte: la responsabilidad debería ser de ambos, pero, en la práctica, es mía. En realidad no importa de quién es la responsabilidad; si tú asumes un problema como tuyo, el otro nunca lo asumirá. Esto es una ley que siempre se cumple.
Si yo despierto todos los días a mi pareja para ir al trabajo y un día me duermo, con la consiguiente consecuencia para mi pareja, ¿de quién es la responsabilidad? Pues, evidentemente, es mía, dado que yo había asumido la responsabilidad de despertarle.
Aquí el error no es haberme dormido, «el error» es asumir responsabilidades que no son mías, cosa que hacemos muy habitualmente con nuestros hijos.
Veamos los siguientes ejemplos, más ajustados a los niños:
Esther acaba de salir del colegio y le apetece comprarse un par de golosinas en el kiosco, antes de enfrente, Se lo pide a su padre, pero Pablo no quiere comprarle nada, porque, luego, le cuesta comer…
Algunos padres contestarían que el problema es de ellos, porque cuando le lleven la contraria y no cumpla sus deseos, es posible que la niña se enfade y entre en rabieta.
Aunque eso pueda suceder, el problema sigue siendo de la niña. ¿Quién tiene el deseo no cumplido? La niña. Pues, entonces, el problema es de la niña. ¿A quién afectan las consecuencias? A la niña. Es ella la que se queda sin apetito y, luego, no come. El problema del padre/madre es otro: reflexionar y decidir qué hacer ante la conducta inadecuada de su hija.
Trasládelo a un problema similar en los adultos, imagínese que se quiere comprar un coche nuevo, pero que no tiene el dinero suficiente. Entonces, piensa en que su hermano le haga un préstamo de unos 6000 euros y su hermano le dice que no. ¿Quién tiene un problema? ¿Su hermano o usted?
¿Quién tiene un deseo no cumplido? ¿A quién le afecta la consecuencia de no poder comprarse el coche?
Otro ejemplo:
María, tarda todos los días mucho en comer. Las comidas se alargan, la sopa se queda horrible y el filete, más tieso que la mojama… llega la hora de ir al colegio y gran parte de la comida sigue en el plato…
La comida es un tema complejo para los padres, pero analicemos con sentido común: si María decide no comer, ¿quién va a tener hambre pasado un rato? Normalmente el problema es de quien sufre las consecuencias. La decisión de comer o no comer la toma la niña y únicamente la sufre ella. Por lo tanto, el problema es de la niña (eso no significa que el asunto no preocupe a los padres). El problema del padre/madre es otro: reflexionar y decidir que hacer ante la conducta inadecuada de su hija. Traslademos este tema a un adulto: Si mi pareja come mal, se alimenta poco o come de forma poco saludable, aunque a mi eso me preocupe, el problema es de él; en ningún momento es mío.
Ejemplo:
Menuda pereza tiene casi todos los días Óscar. No hay forma de que se levante de la cama y, cuando lo hace, para que se vista ¡tela marinera!, y no digamos nada del desayuno, los dientes… Todos los días acabamos como el rosario de la aurora, enfadados, corre que te corre, y muchos días, además, llegamos tarde al colegio y al trabajo.
Aquí el asunto es más complejo. Por un lado, el problema evidentemente es de mi hijo, que tiene un deseo (quedarse en la cama), que resulta contrario a su obligación de llegar puntual al colegio. Pero yo también debo cumplir con un horario de trabajo, no debo llegar tarde, y antes tengo que dejar a mi hijo en el colegio. El secreto es no asumir el problema y buscar una solución que no me afecte a nivel laboral. Hay que conseguir que el problema siga siendo de mi hijo, que es quien tiene la conducta inadecuada, y que sea él quien asuma las consecuencias de su conducta negativa. Es decir, como padre/madre voy a reflexionar y decidir qué hacer ante la conducta inadecuada de mi hijo. Una salida, por ejemplo, sería salir a una hora que nos permitiera llegar relajadamente al colegio y al trabajo, con independencia de cómo se encuentre nuestro hijo (vestido, aseado, desayunado), porque es él quien tiene el problema (aunque a mí me preocupe).
Ejemplo:
¡Menuda marcha tiene Sergio! Parece que le dan cuerda, nunca tiene ganas de acostarse. Su hora son las 9:30, pero nos dan las 10:30 y todavía anda deambulando, que si los dientes, que si mira lo que ha pasado hoy en el cole,…
La norma debe ser clara: la hora de acostarse son las 9:30. El que no tenga sueño es un problema que debería solucionar él leyendo, cantando o pensando… Lo cierto es que eso no es en absoluto un problema nuestro. El problema del padre/madre es otro: reflexionar y decidir que hacer ante la conducta inadecuada de su hijo.
¿Qué hace un adulto cuando se va a la cama y no tiene sueño o se desvela? ¿Acaso despierta o interrumpe la actividad de los demás miembros de la familia para que le entretengan? En este caso el problema, con total claridad, es del adulto que no puede dormir ¿Y por qué en el caso de los niños no es así? Hay que enseñarles a no interrumpir, a asumir la responsabilidad de su propio sueño y a no trasladarla a los demás.
Vuelvo a recordar la pregunta del principio del capítulo: ¿por qué es tan importante saber de quién es el problema? Creo que la mayoría de los padres estarían de acuerdo conmigo en que les gustaría que sus hijos se convirtieran en unas personas responsables que fueran capaces de asumir las consecuencias de sus actos. Pues bien, esto no es algo que se consiga de la noche a la mañana. Es algo que se consigue diciendo muchas veces las siguientes frases:
«Veo que has decidido no comerte la comida, por lo cual…».
«Si decides coger una rabieta, ya sabes que aún así no voy a…».
«Si llegas tarde al colegio, tendrás que asumir las consecuencias con la profesora. Yo le daré una nota explicándole el porqué llegas tarde…».
«Si tu aspecto al salir de casa no es el adecuado, es porque tú lo has decidido así. Has tenido tiempo suficiente para cumplir con todas tus tareas…».
Este tipo de verbalizaciones, realizadas siempre que sea necesario, ponen la responsabilidad en el niño, le dejan claro que no asumimos responsabilidades que no son nuestras, y que sus decisiones tienen consecuencias. En resumidas cuentas, inevitablemente los van convirtiendo en personas responsables.
Una forma muy eficaz de conseguir que un niño modifique sus conductas inadecuadas es que sea consciente de que nadie va a asumir sus responsabilidades y de que, si no las asume él, surgirán consecuencias que tendrán su efecto.
Si un niño sabe que sus padres hablan, critican, amenazan, ruegan y suplican, pero, al final, asumen las responsabilidades y, con ello, las consecuencias, al no sentirse responsables de sus conductas, tampoco sienten la necesidad de modificar su conducta.
Alba Psicólogos
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