Os traemos una nueva entrega de Cinco Preguntas… ¡quédate con nosotros!
Capítulo 10 – Consecuencias lógicas y naturales. Opciones limitadas (Parte I)
Un mundo en el que sólo se necesitasen las palabras para comprender y actuar adecuadamente sería lo que muchos padres desearíamos. Nos imaginamos que sería como…
A la hora de educar a nuestros niños podemos creer que, con decirles lo que les conviene, ellos nos van a escuchar, van a reflexionar y, entonces, decidirán adecuadamente. Esto ocurre en ocasiones, pero sucede siempre y cuando nuestros consejos no vayan en contra de sus deseos.
Cuando los deseos de nuestros hijos van en contra de lo que les conviene, tenemos que hacer algo más que hablar: tenemos que actuar. Para que tengan fuerza, nuestras palabras deben ir necesariamente acompañadas de hechos y, si no es así, se quedan vacías. Pasan a ser palabras no escuchadas.
Cuando nuestros hijos se comportan adecuadamente, es agradable aplicar las consecuencias positivas que generan esas conductas. Les sonreímos, les besamos, les preparamos su cena preferida, llamamos a la abuela para contárselo, nos echamos un escondite… Es lógico, es la respuesta natural, ¿verdad?
De la misma forma que tenemos que aplicar consecuencias a los comportamientos positivos (es la mejor manera de fomentarlos), necesitamos aplicar consecuencias a los comportamientos inadecuados (es la única forma de disminuirlos).
Posiblemente este papel no sea el más agradable; seguramente nos incomodará, pero no tenemos otra elección. El día en que decidimos tener un hijo asumimos esa responsabilidad, la de educarlo, y les aseguro que para educar es imprescindible enseñar a los niños que todo tiene consecuencias. Es algo inevitable.
Todas las decisiones que tomamos tienen sus consecuencias y éstas pueden ser positivas o negativas:
• Si llegamos tarde reiteradamente al trabajo….
• Si no hay dinero para pagar el recibo de la luz…
• Si he recogido los juguetes de la habitación…
• Si hace meses que no digo algo agradable a mi pareja…
• Si llueve y he salido sin el paraguas…
• Si me he lavado los dientes con esmero…
• Si, a pesar del frío, he decidido subir a la montaña…
• Si salimos con tranquilidad y contentos hacia la escuela infantil…
Esta lista podría ser interminable, porque todo, sin excepción, tiene sus consecuencias.
Podemos clasificar las consecuencias en dos tipos:
1. Las consecuencias naturales son aquéllas que suceden por el orden natural, como experimentar frío, calor, hambre… En este caso el padre no necesita hacer nada; simplemente no debe impedir que las consecuencias naturales se produzcan. Son el resultado de permitir que el niño experimente la realidad de la naturaleza y no requieren de la intervención de los padres, sino de todo lo contrario: de su no intervención.
2. Las consecuencias lógicas, como su nombre indica, tienen un nexo lógico con la acción que las desencadena y hay que explicar al niño ese nexo de forma clara y evidente para que aprenda a verlas como lógicas. Resultan de dejar que el niño experimente la realidad del mundo social.
Si queremos aplicar consecuencias adecuadamente, debemos recordar que no debe hacerse desde un modelo punitivo o autoritario (fomentaríamos luchas de poder), ni tampoco desde un modelo permisivo (perderían fuerza). Cuando se apliquen consecuencias, es necesario cumplir los siguientes requisitos:
• Ser firme, claro y cariñoso. No interpretar la firmeza como severidad o aspereza. El amor y la firmeza pueden ir juntos. Cuando se ponen «las cartas sobre la mesa», puede hacerse con una sonrisa: «Estoy dispuesto a dejar que tu amigo se quede con nosotros en casa esta noche, siempre que vosotros estéis dispuestos a iros a la cama cuando os lo pida». Lo mismo es aplicable cuando la respuesta haya de ser negativa: «Lo cierto es que me gustaría que tu amigo se quedara esta noche en casa, pero no va a ser posible pues mañana tenemos que salir temprano, porque tengo mucho trabajo, lo siento cariño».
• No tratar de ser un «buen» padre. Evitar la sobreprotección y permitir que el niño experimente las consecuencias de sus propias decisiones: «Enrique, si decides no recoger los juguetes de tu cuarto, mamá no los recogerá.
Tendrás que asumir las consecuencias de no utilizarlos en unos días» o también
«Enrique, si decides no recoger los juguetes de tu cuarto, mamá no los recogerá y tendrás que asumir las consecuencias de no jugar con ningún juguete durante todo el día de mañana».
«Creo que vamos a bajar al parque. Tengo que acostumbrarme a ver al niño subiéndose en el tobogán, escalando el castillo. ¡Es horrible! ¡Lo paso fatal!, pero hay que asumirlo como algo normal y si se cae o se hace daño, lo solucionaremos».
«Si el niño no quiere probar el puré de verduras y no podemos seguir dándole papilla, tenemos que asumir que puede ser que algún día coma menos, pero hay que darle el puré».
• Ser consistente en las acciones. Aunque ningún ser humano es totalmente consistente al 100 por 100, quien habitualmente lo sea, hará saber a sus hijos lo que espera de ellos, de manera que puedan tomar sus decisiones de acuerdo con eso. Hay que ser consistente en varios aspectos:
— El padre y la madre deben manejar el mismo criterio. Ésta es una regla de oro en educación. Los niños aprovechan cualquier fisura, si ésta da lugar a que sus deseos se cumplan. Entre cualquier pareja (por maravillosa que sea) existen discrepancias a nivel educacional, la clave está en solventarlas en privado, pactando y mostrando al niño criterios unificados sin discrepancias. El niño tiene que llegar a la conclusión que da igual si está mamá o papá, el resultado va a ser el mismo.
Ejemplo:
Antonio, de 17 meses, sabe que el teléfono no se coge. Mamá, que está sentada en el salón, le llama la atención cuando lo coge: «Cariño, no es el momento de llamar a la abuela. Deja el teléfono». Entonces Antonio lo deja. Cuando su madre no se da cuenta, se lo lleva a su cuarto para «llamar a la abuela», pero cuando está en su cuarto hablando con la abuela, su padre le descubre y le quita el teléfono diciéndole: «Ya sabes que no puedes usar el teléfono sin permiso». Los padres han sido coherentes de forma colectiva.
— Coherencia a través del tiempo. La regla y las consecuencias sobre el uso inadecuado del teléfono deben aplicarse hoy, mañana y el mes que viene. Si las reglas cambian constantemente, realmente no son reglas, pierden su fuerza. El niño debe saber lo que puede y no puede hacer, lo que es correcto e incorrecto. Debe saber prever cuál va a ser la respuesta de sus padres ante un comportamiento determinado, debe saber que «el teléfono no se puede usar sin permiso (y eso sucede siempre)».
• Separar el hecho de quien lo hace. Lo que no es aceptable es la conducta inadecuada, no la persona que la lleva a cabo. No se debe descalificar a los hijos, sino dejarles muy claro que ciertas conductas no son aceptables. Además, es importantísimo el tono de voz y el comportamiento no verbal, pues deben indicar que se respeta al niño. Si no se respeta al niño, la consecuencia es que se convertirá en un acto revanchista. Un ejemplo de una reacción correcta sería: «No me gusta cuando te enfadas, gritas y tiras las cosas al suelo. Veo que estás muy alterado, así que te voy a poner en la trona y luego hablaremos», en tono calmado, sereno y firme.
• Estimular la independencia. Los niños estarán mejor preparados para una adultez responsable y feliz, si se les deja ser independientes. Cuanto más se les ayude a tener confianza en sí mismos, más competentes se sentirán ellos. Es preciso evitar hacer las cosas que ellos pueden hacer por sí solos. Además, es necesario enseñarles autonomía, porque los niños «crecen» cuando aprenden. Normalmente ellos muestran de forma natural su interés por aprender a hacer cosas nuevas. Supongo que alguna vez habréis observado a un niño de alrededor de 18 meses o, incluso, de menos, intentando ponerse unos calcetines. Habréis observado su tesón durante largo tiempo y cómo se le ilumina la cara cuando lo ha conseguido, aunque se haya puesto el talón en la parte delantera o se los haya colocado del revés ¿Qué tenemos que hacer en estos casos? Pues aplicar la consecuencia lógica, dejando el calcetín como esté y expresándole lo orgullosos que estamos de él; reconocer el esfuerzo que ha hecho y la alegría que supone haberlo conseguido (aplicación de consecuencias) y, cuando lleguemos a casa de la abuela, antes de que ella diga que los calcetines están mal puestos, decir: «Abuela, ¿has visto lo que ha hecho tu nieto hoy?, y ¡lo ha hecho el solito! ¡Se ha puesto los calcetines! ¿Has visto que bien lo ha hecho? ¿Has visto que mayor es? (más consecuencias)». Cuando el niño haya practicado y lo vaya haciendo con soltura, entonces le enseñaremos el siguiente paso: dónde se pone correctamente el talón y la diferencia entre el derecho y el revés de los calcetines.
• Evitar sentir lástima. Muchos padres protegen a sus hijos, porque sienten lástima por ellos. Sentir lástima es una actitud muy dañina; indica que el niño no puede resolver sus dificultades. La sobreprotección puede servir para que un padre inseguro se sienta fuerte, pero lo hace a expensas del niño.
Ejemplo
Me ha comentado el pediatra que es necesario estimular a mi hijo, debe esforzarse motóricamente y nosotros, en casa, debemos favorecer la aparición de situaciones que induzcan este esfuerzo motor. Óscar, de 12 meses, sólo quiere estar en la cuna o en la tumbona. Cuando le pones boca abajo o pretendes que se arrastre para alcanzar un juguete, se pone a llorar y no para hasta que le das la vuelta y le pones el juguete en las manos. Total, que, cuando pienso «lo mala» que soy haciéndole llorar, me da tanta pena que… y, además, que no pasa nada porque lleve un poco de retraso psicomotor. Ya se pondrá a nivel el solito. Así que no hago que se esfuerce. (Entonces no se aplica la consecuencia natural de: no te mueves, pues entonces no alcanzas el juguete).
• Evitar preocuparse demasiado por el qué dirán. Muchos padres vacilan al tener que aplicar a los niños las consecuencias de su comportamiento, porque temen la desaprobación de sus propios padres, suegros, amigos…Tenemos que enseñarles a vestirse, a comer, a asearse, crearles hábitos adecuados de sueño. Para enseñarles todo esto, en algunas ocasiones, debemos aplicar consecuencias. Es inevitable. Acaso les compramos todos los helados que piden para que así no lloren? ¿Les dormimos en brazos todas las noches? ¿Les dejamos que seleccionen su dieta? ¿Y si no quieren irse a dormir? Aplicar consecuencias es inevitable, aunque sea desagradable y a los demás no les guste (abuelos, amigos…). Seguramente el papel más difícil no es para ellos, sino para nosotros, que debemos aplicarlo.
• Reconocer de quién es el problema. Los padres asumen la propiedad de muchos problemas que, en realidad, son de los niños. Para salir de este dilema es útil definir el problema, decidir de quién es y actuar de acuerdo con los resultados obtenidos. ¿Por qué es tan importante saber de quién es el problema? Todos los padres estaríais de acuerdo conmigo en que os gustaría que vuestros hijos se convirtieran en unas personas responsables, que fueran capaces de asumir las consecuencias de sus actos. Pues bien, esto no es algo que se consiga de la noche a la mañana.
Es algo que se consigue muchas veces diciendo las siguientes frases:
«Veo que has decidido no comerte la comida, por lo cual…».
«Si decides coger una rabieta, ya sabes que, aún así, no voy a…».
• Hablar menos y actuar más. Muchos padres no logran ser eficaces por hablar demasiado. El niño adquiere fácilmente una «sordera al padre». Cuando se usen consecuencias, hay que hablar con los niños en términos amistosos. NO ES EL MOMENTO DE HABLAR. ES EL MOMENTO DE ACTUAR.
• Evitar pelear o rendirse. Se trata de fijar límites y permitir que el niño decida cómo responder a estos, aplicando las consecuencias que procedan en caso necesario. Es preciso hacer esto cuando comience la conducta inadecuada: no esperar, no rogar, no recordar. Inmediatamente después de la aparición de una conducta inadecuada es el momento de fijar límites y, en caso necesario, aplicar las consecuencias.
• Inmediatez. Cuanto más pequeño es un niño, menos tiempo debe transcurrir para aplicar las consecuencias. Para un niño de dos años la inmediatez es de minutos; para un niño de diez años, pueden pasar incluso algunos días.
• Si se establece una consecuencia que establezca tiempo (rincón de pensar, tiempo fuera…) la duración de las consecuencias debe ser breve, la finalidad es enseñar, no torturar (Se aconseja tantos minutos como edad tenga el niño).
• La elección de consecuencias es un acto de continua adaptación creativa. Lo que vale para un niño no tiene por qué valer para otro en las mismas circunstancias, porque su objetivo y la situación concreta pueden ser diferentes.
Ejemplo:
Tomemos el ejemplo de Marta y Juan, que están sentados a la mesa cenando y se levantan constantemente. Como consecuencia lógica se podría escoger enviarles a la cama sin terminar de cenar. En el caso de Marta, cuyo objetivo es obtener atención (si se la manda a la cama, la dejamos sin finalidad, sin atención) y a la que, además, le gusta mucho comer, podría funcionar. Pero en el caso de Juan —que se levanta de la mesa para establecer una lucha de poder y no comerse la odiada coliflor, que no le gusta—, si se le manda a la cama, estamos propiciando que consiga su finalidad. Hay muchas probabilidades de
que, cuando de nuevo tenga que comer coliflor, haga lo mismo, no solo porque no hemos corregido su conducta inadecuada sino porque, además, se la hemos afianzado.
Elegir consecuencias es una tarea que requiere observar las conductas de los hijos, analizar sus comportamientos averiguando su finalidad (atención, poder, revancha o autoinsuficiencia), y tener en cuenta sus características personales. Lograrlo es cuestión de práctica.
Elegir consecuencias puede parecernos, en ocasiones, extremadamente complejo y, posiblemente, lo sea. Casi todas las conductas de nuestros hijos implican los siguientes elementos que se interrelacionan:
• Niño-objetos
• Niño-actividad
• Niño-privilegio
En la mayoría de los casos, se puede aplicar una consecuencia lógica separando temporalmente a un niño de un objeto (pajita, juguete…) o de un privilegio (ver la televisión, jugar con la consola, leer un cuento con él…) o de una actividad (bajar al parque…).
• El pasado, pasado es. Si Ángela tiene una rabieta en un centro comercial, una vez que se le haya pasado, no debemos recordárselo más. No hay que contárselo a papá delante de ella (aunque lo hagamos a solas), ni recordárselo cuando volvamos al centro comercial.
• Si el niño se salta las consecuencias, las siguientes deben ser controladas al 100 por 100 por el adulto.
Imaginemos la siguiente situación:
Daniel, de 10 años, ha subido a casa tarde. Hemos elegido como consecuencia que al día siguiente no podrá salir al jardín a jugar con sus amigos, pero cuando nos metemos en la ducha, él aprovecha para escabullirse y bajar a la calle a jugar. Nuestro hijo acaba de saltarse la consecuencia que le habíamos impuesto. Lo que elijamos a continuación debe estar totalmente controlado por nosotros. Por ejemplo, anularemos una visita de sus amigos que estaba programada o impediremos que asista a un cumpleaños que había esa semana, o controlaremos en los días siguientes la puerta (cerrando, incluso, con llave), o iremos a buscarle al colegio y no le permitiremos que se quede, como todos los días, jugando un ratito antes de subir a casa…
Recordad que las consecuencias se aplican para que el niño aprenda el orden natural y social de la vida.
Alba Psicólogos
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