¡¡Hola hola lectores!! Pasamos a otra entrega de Cinco Preguntas, en breves te dejamos a ti el tintero para orientar al resto de lectores… ¡ya eres tod@ un@ expert@!
CAPÍTULO 7 – CÓMO APRENDEN LOS NIÑOS NUESTRAS REGLAS (P. I)
Los niños, observan, aprenden y actúan en consecuencia»
Después de salir de la escuela infantil Carmen, de 19 meses, se ha ido con mamá a pasar una tarde estupenda en el parque, al lado de casa. La temperatura era ideal, ha corrido, ha montado en el tobogán, en los columpios… Llevan arena en los bolsillos y en los zapatos como muestra de lo bien que lo han pasado. De camino a casa, pasan por la tienda para comprar algunas cosas para la cena.
Salen de la tienda, y se van para casa donde les espera el placentero y necesario baño; después, la cena y el cuento diario en la cama, donde se achucharán un montón. Carmen se va relajando y, cuando ya queda muy poquito para llegar a casa, pide que su mamá le coja en brazos. Adela, su madre, sopesa la situación y dado lo poquito que queda por llegar, las bolsas que tiene que trasportar, el estado de su espalda y la energía de su hija, decide no cogerla y decirle tranquilamente y de forma cariñosa:
—«Carmen, cariño, mamá no puede cogerte en brazos. Voy cargada con las bolsas, me duele un poco la espalda y, además, ya queda muy poquito, y con lo grande y fuerte que tú eres, lo tienes chupado».
Carmen le mira, y responde alzando los brazos, y con cara de «cógeme».
Adela decide responder lo siguiente:
—«Carmen, ¿estás cansada? Venga, cariño, que ya queda muy poco».
La niña responde sentándose en el suelo y poniéndose a llorar: va a hacer lo posible para que su madre le coja en brazos.
Adela, intenta convencerla, diciéndole que ella es capaz, pidiéndole que se levante del suelo: ¡Venga, por favor! Si has estado en el parque corriendo hasta hace cinco minutos.
Levántate, no te voy a coger enbrazos, ¡Sólo vas a conseguir que me enfade! ¡Como sigas con esa actitud, esta noche no vamos a leer el cuento!
Pasan unos segundos, pero Carmen no cambia su actitud ni un ápice. Sigue sentada en el suelo llorando.
Adela va enfadándose cada vez más, repitiendo una y otra vez lo mismo, que no parece afectar a su hija en lo más mínimo y, pasados unos minutos, dice:
—«¿Será posible? Ven aquí, Carmen. Te voy a coger, pero que sepas que mamá está muy enfadada. ¿Crees que llorando y quedándote sentada lo consigues todo?, pues no es así. Esta vez te voy a coger, pero ni una vez más, ¡que lo sepas!».
Carmen ve hechos que confirman que las palabras de su madre no son importantes: la ha cogido en brazos cuando sus palabras le decían que no lo iba a hacer. Le ha dicho que llorando no se consiguen las cosas, cuando a base de llorar ha conseguido su objetivo. Así que ella ya sabe qué tiene que hacer para conseguir sus propósitos y, simplemente, lo hace. Las palabras de la madre no son importantes; sus actos, sí.
Los niños aprenden de forma concreta. Sus creencias y percepciones sobre las normas que sus padres les enseñan están basadas principalmente en su experiencia, no necesariamente en las palabras que les dicen, y si ambas informaciones se contradicen, siempre prevalecen los hechos. Este dato tiene importantes implicaciones sobre las formas de enseñar las reglas. Se hace de dos maneras básicas: con las palabras y con los hechos. Por medio de ambas cosas se aprende una lección, pero sólo los actos son concretos. Los hechos consiguen que las palabras sean creíbles.
Cuando las palabras se corresponden con los actos de forma coherente, los niños aprenden a confiar en las palabras y a reconocer las normas que hay detrás de ellas. Sin embargo, cuando las palabras no se corresponden con los actos, los niños aprenden a ignorarlas y basan sus creencias en lo que realmente ocurre. En realidad, están aprendiendo dos tipos de reglas: las reglas habladas y las reglas que se ponen en práctica. Esta fundamental falta de comunicación acerca de reglas y expectativas es la razón de que la mayoría de las reglas bien intencionadas fracasen.
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