Cuando un niño de dos años ve que su amiguito tiene «un tren rojo que le encanta», se dirigirá hacia él, de forma impulsiva, sin reflexionar y pensando sólo en su «apetencia», sin importarle, si el juguete es suyo o si en ese momento lo tiene su compañero. Si el otro niño opone resistencia, puede llegar a empujar o morder para conseguir su objetivo, pues aún le cuesta analizar las consecuencias y tiene dificultades para ponerse en el lugar del agredido. En ocasiones desconoce las reglas sociales, y cuando sí las conoce, puede saltárselas por diferentes motivos: ausencia de consecuencias estables, obtención de beneficios, falta habilidad en la resolución de conflictos, etc.
Objetivos de la conducta agresiva
La agresividad es una lucha de poder, que suele tener dos objetivos, DOS «PARA QUÉ»:
- La obtención de un beneficio concreto: montarse en el columpio, jugar con el cubo deseado, quedarse en la bañera, comer lo que quería, obtener la golosina pedida, etc.
- La sumisión del otro: el sabor del poder, la sensación de control sobre el otro. Algunos padres, para evitar conflictos, ceden ante la primera muestra agresiva (el niño sólo tiene que mirar de una forma determinada, avisando lo que viene a continuación, para que los padres cedan). Los padres que no quieren que se origine un enfrentamiento ceden, y el niño lo sabe. Los niños «ratón» (niños agredidos habitualmente, que se callan, que se asustan, que no dicen nada…) también alimentan a sus agresores de esta forma.
Cuando nos encontramos con un niño que presenta conductas agresivas frecuentes, como mordiscos, tirones de pelo o empujones (niños «dragón»), podemos ayudarle a que cambie esta forma de relacionarse. Suele ser una tarea que requiere tiempo y un trabajo continuado y consecuente, una tarea en la que los cambios no se producen instantáneamente.
¿Qué podemos hacer?
Antes de los 16 meses, si un niño tiene un comportamiento agresivo (un mordisco, un tirón de pelo, un empujón…) cogemos al niño y, mirándole a los ojos, le decimos de manera firme y clara la orden que queremos que aprenda (“No se muerde”). Una vez hecho esto, apartamos al niño y no hacemos caso a sus demandas, incluido el contacto ocular, o a sus posibles quejas durante un tiempo de entre 30 segundos y un minuto, como máximo. Pasado este tiempo, volvemos a coger al niño en brazos y le decimos, de manera cariñosa, lo que sí hay que hacer mientras lo hacemos (“Se acaricia, se mima, se dan besos…”). En los casos en los que la conducta agresiva tenga una finalidad concreta, como puede ser conseguir un juguete, no debemos darle aquello que demandaba.
A partir de los 16 meses, aproximadamente, los niños ya pueden comprender al menos parte de lo que escuchan, incluso aunque no hablen. Por eso, a partir de ese momento, los pasos a seguir cuando aparecen conductas agresivas son los siguientes:
Paso 1: ¿Cuál es el problema?
En este paso hay que ayudarle a identificar cuál es el problema. Para ello, centrarnos en los hechos es primordial. Un hecho es algo objetivo, algo que no es discutible, es la descripción literal de lo que ha ocurrido.
Ejemplo: «Marcos, le has quitado el juguete a Mario».
Paso 2: ¿Cómo solucionarlo?
Cuando sea consciente del problema se le ayudará a proponer soluciones (si es muy pequeño, se las iremos exponiendo nosotros mismos). Es importante proponer maneras diferentes de actuación para resolver el problema.
Una vez se hayan propuesto las diferentes alternativas de actuación elegimos una, pero antes es muy importante que les hagamos reflexionar sobre las distintas consecuencias que tiene cada una de las alternativas.
Paso 3: ¿Cómo puedo hacerlo?
En este momento preguntaremos ¿Cómo lo vas hacer? El niño, con nuestro apoyo y supervisión, debe elegir el plan de actuación, repasarlo y llevarlo a cabo.
Paso 4: ¿Cómo lo he hecho?
El niño tendrá que evaluar su actuación, determinar si ha sido exitoso o si ha cometido algún error. De cualquier forma, se le reforzará positivamente por el trabajo realizado.
Algunos ejemplos prácticos
Después de todos los pasos que hemos dado vamos a poner varios ejemplos concretos de diferentes conductas violentas, y las pautas y estrategias más adecuadas a llevar a cabo tras el comportamiento agresivo.
EJEMPLO 1: ¿Qué hacer si tenemos información sobre los hechos?
Patricia está contentísima porque ha ido a casa de su amigo Daniel a jugar un ratito. Sus madres/padres están sentados en el sofá y observan como juegan con las construcciones. No se ponen de acuerdo en qué construir juntos, ante lo cual optan por construir cada uno lo que le apetece, pero las piezas empiezan a escasear y Patricia decide quitarle a Daniel las piezas de su carretera y su puente cuando él no se da cuenta. Llega un momento en que el niño detecta lo que ha pasado y le pide a Patricia que le devuelva la pieza que le ha quitado. Ella se niega y comienza una disputa verbal, ambos se van enfadando hasta que optan por romperse mutuamente sus construcciones, se empiezan a tirar piezas y Patricia expresa su rabia e impotencia tirando del pelo y mordiendo a Daniel.
Pasos a seguir:
- No demostrar agresividad de ningún tipo: ni verbal, ni no verbal (miradas, gritos, cogerle del brazo bruscamente, zarandearlo…). Es importante recordar que los niños aprenden de sus modelos principales, y no debemos actuar como queremos que ellos no actúen.
- Separarles y llevar a cada niño a un rincón diferente de pensar. Allí deben permanecer unos minutos, tantos como años tengan Daniel y Patricia.
- Una vez finalizado el tiempo de pensar es importante que cada madre/padre hable con ellos. Y les deje claro que esa conducta no se admite. No es aconsejable y se considera negativo emplear frases del tipo: «Patricia eres una niña mala», «Eres una niña traviesa». Es preferible emplear frases que remarquen la conducta inadecuada establecida en ese momento (hechos) y describirla de forma seria y clara, sin que nos invadan las emociones: «No me gusta que pegues y muerdas».
- No dar protagonismo al niño o niña cuando realice la conducta agresiva: es importante evitar que el niño piense o intuya que infringir la norma supone conseguir atención por parte de sus padres. El niño no tiene que obtener ninguna recompensa después del comportamiento agresivo, y la atención de los que le rodean es una buena recompensa, por tanto, es adecuado no atender la conducta cuando el niño se muestra agresivo con el fin de llamar la atención de los demás.
- Como los adultos de Patricia y Daniel estaban delante y tienen toda la información de lo ocurrido, es muy importante que cuando hablen con ellos les planteen posibles soluciones al conflicto: ponerse de acuerdo en qué construir; si no logran ponerse de acuerdo, construir algo que necesite menos piezas; si necesitamos alguna pieza, pedirla; si no nos la quieren dejar, aceptarlo o esperar a que la otra persona no la necesite; jugar a otro juego.
Es importante plantear al niño el mayor número de soluciones posibles. Eso le enriquecerá y favorecerá la posibilidad de que en el futuro no surja la agresividad. En la búsqueda de opciones, Daniel y Patricia deben tener un papel activo, participando en dicho proceso: ¿Qué podríamos hacer? ¿Cómo se lo podemos decir? ¿Y si no quiere, qué hacemos?
Cuando se hayan elegido las opciones hay que supervisar que se lleven a cabopor parte de los dos niños si quieren seguir jugando juntos. Después premiarles con besos, abrazos, actividades… por el esfuerzo realizado para solucionar el problema.
EJEMPLO 2: ¿Qué hacer si NO tenemos información sobre los hechos?
Estamos en casa y Juan de dos años, muerde a su amiga Irene. No tenemos información de lo que ha ocurrido exactamente, oímos llorar a Irene y nos acercamos.
Pasos a seguir:
- No demostrar agresividad de ningún tipo: ni verbal, ni no verbal (miradas, gritos, cogerle del brazo bruscamente, zarandearlo…).
- Colocamos dos sillas, una para el niño mordido y otra para el adulto, el niño que ha agredido se queda detrás, para que presencie la conversación.
- En un principio dirigimos la atención exclusivamente al niño agredido, le damos su cremita, le consolamos, abrazamos y establecemos una conversación:
- Le preguntamos por lo sucedido y le escuchamos.
- Cuando termine, dirigimos la conversación con el objetivo de que identifique y exprese: el hecho, la emoción, el dolor físico…
- Seguidamente le planteamos la solución de la situación (al menos tres)
- Es muy recomendable que exprese su enfado al niño que le ha agredido, para ello le damos pautas concretas de cómo hacerlo: mirándole a los ojos, cuerpo erguido, hombros hacia delante, tono firme, hablando despacio, dedo índice señalando, expresando verbalmente algo como: “no quiero que me muerdas, no tienes ningún derecho”. Si la disputa era por algún objeto: “no te voy a dejar el tren, mordiéndome no lo vas a conseguir”.
Si el niño es muy “ratón”, le acompañamos y apoyamos, y poco a poco nos vamos retirando, a medida que el niño vaya adquiriendo más habilidades asertivas. Hay que tener en cuenta que los niños “ratón” suelen necesitar numerosos ensayos para expresarse con seguridad.
- Una vez hayamos dado por concluida la intervención con el niño agredido, pasamos a sentar a nuestro lado al niño que ha mordido.
- Le pedimos que exprese lo que ha ocurrido, luego hacemos un resumen de dichos hechos.
- Le comprendemos: “Claro a veces nos enfadamos y como no sabemos que hacer mordemos”, “Te entiendo querías el tren rojo, ¡es tan bonito! Y como no te lo daba, te has enfadado y has mordido”, “Enfadarse es normal, a todos nos pasa alguna vez. Nos pasa cuando tenemos un problema y no sabemos cómo resolverlo, como esta vez, que queremos el tren rojo”
- Buscamos con el niño posibles soluciones, al menos tres alternativas: “Vamos a ver posibles soluciones, mucho mejores para conseguirlo”, “Podemos cambiárselo por otro juguete”, “Podemos esperar a que lo deje en el suelo, estar muy atentos y cogerlo rápido”, “Podemos jugar los dos a la vez con el tren rojo”
- Elegimos una de las opciones: “¿Cuál te gusta más?”
- Le acompañamos y le apoyamos lo necesario para que la implemente.
- Si el niño agredido es “ratón” le permitimos que se exprese adecuadamente, de modo que el “dragón” tenga que escoger la alternativa de esperar a que deje el tren. Si no es así permitimos e incluso favorecemos que el “dragón” consiga su objetivo.
Puede ser muy útil que estos ejercicios sean observados por el resto de sus compañeros de aula, ya que uno de los canales de aprendizaje de los niños, es la observación e imitación.
Hay que tener en cuenta que se precisan numerosos ensayos para que la conducta se modele, por lo que no podemos esperar que no vuelva a producirse el comportamiento agresivo. En caso de que ocurra, responderemos siguiendo el mismo esquema.
Alba Psicólogos
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