Hace muuuuuuchos muchos años, cuando las entradas del cine se pagaban con pesetas, fui a ver una película que se titulaba “Un lugar en el mundo”, su argumento a la vez de simple era profundo, reflexionaba sobre la importancia de que cada uno de nosotros encontremos nuestro espacio, nuestro lugar donde vivir…
Esta idea se encuentra muy unida en cómo nos vemos con respecto a los demás, el lugar que ocupamos en relación a los otros, a nivel social y familiar. También en la familia ocupamos un lugar determinado, y ese lugar dice mucho de nosotros, de si nuestras opiniones son escuchadas o ignoradas. El nivel de influencia a la hora de tomar decisiones, si se nos teme o se nos utiliza. Se nos responsabiliza o se nos justifica, culpabiliza o disculpa… La posición en la familia es crucial a la hora de crear nuestro autoconcepto, de vivenciarnos, de querernos o despreciarnos, de ser importantes o vernos insignificantes…
Si hablamos a nivel general ¿Qué lugar ocupan los niños en la familia actual?
Hace poco leía en un libro donde la autora tendrá unos sesenta y cinco años, que en su infancia los niños a nivel familiar prácticamente eran ignorados, se les vestía, se les alimentaba (dando prioridad a los miembros que traían el jornal), se les instruía (dependiendo del nivel económico y del sexo), pero no se les preguntaba, no se les consultaba nada, no se les escuchaba y salvo situaciones extremas, tampoco era importante si eran felices o no, se entendía que la vida era dura y las dificultades había que superarlas con fortaleza, no había mucho lugar para las debilidades.
En mi generación, el lugar de los niños había cambiado, ya no éramos totalmente ignorados, nuestra alimentación se equiparaba a todos los miembros de la familia (en mi casa mis padres repartían equitativamente lo poco o mucho que hubiera), apenas se nos preguntaba, pero si se nos comunicaban decisiones tomadas anteriormente (donde íbamos de vacaciones que siempre era al pueblo o de campamentos), se nos escuchaba, pero seguía castigándose mucho la “debilidad” como un defecto muy negativo en la vida, que había que erradicar. Las decisiones tomadas por los padres no eran discutibles. Y la preocupación de si éramos felices o no solo se tenía en cuenta en situaciones en las que sucedía un hecho importante. Empezábamos a existir e íbamos ocupando un lugar importante, aunque las posiciones eran aún muy claras, todavía no había llegado la democracia.
¡Sigamos con la máquina del tiempo rumbo a la generación millenial! Los chavales nacidos en los ochenta-noventa han vivido la transformación de la familia a la democracia, se hacen reuniones de familia, se pactan las vacaciones intentando respetar los gustos de todos, el mando a distancia lo controla el primero que llega o el que mejor lo esconde, se les consulta, se les escucha, y además se tiene muy en cuenta sus opiniones antes de tomar decisiones, la felicidad es ya una prioridad para estos padres, si hay algún problemilla consultamos al psicólogo a ver que es lo que pasa, la autoestima de nuestros hijos es algo fundamental…
Pero suma y sigue, los niños nacidos finales de los noventa-dos mil, sus padres hemos llegado a la otra esquina del péndulo, vamos a la playa aunque no nos guste porque para los niños es mejor, dormimos interrumpidamente durante años porque ellos nos reclaman por la noche cada vez que se despiertan, las cenas son a la carta porque necesitamos que coman, nos quedamos con ellos todas las tardes para supervisar los deberes, sus necesidades son tan importantes que todo lo demás no tiene importancia, y su felicidad depende de nosotros, si no son felices es que algo hemos hecho mal, deciden quién les acuesta, a cambio no nos escuchan, ignoran nuestras necesidades… pero es lógico… lo van a hacer si la posición en la familia que les hemos otorgado es de reyes (pero no en democracia sino en dictadura).
La familia, la escuela, el trabajo… no puede funcionar con criterios de democracia, el lugar que ocupan los miembros de una familia no son igualitarios, son papeles diferentes, los padres debemos educar y desde esta posición no se puede ser democrático. La democracia implica iguales obligaciones y derechos, implica igual nivel de responsabilidad en la toma de decisiones, en afrontar las dificultades para resolverlas, la democracia es incompatible con la educación. Un niño de dos, tres, ocho, diez años no puede asumir esas responsabilidades, su posición es diferente, su papel en la familia es distinto. En lo único que debe existir igualdad es en el respeto, pero los padres desde el respeto y el profundo amor que sentimos por nuestros hijos debemos educarles, enseñarles, darles las herramientas suficientes para que en su vida adulta sean seres autosuficientes en todos los sentidos y esto no se consigue desde el egocentrismo, ocupando una posición por encima de los demás, que ese es el lugar que hemos otorgado a nuestros niños en estos momentos.
Hay que escucharles, hay que respetarlos, tenemos que darles seguridad, hacerles responsables de las decisiones que les dejemos tomar (a medida que vayan creciendo); tenemos que educarlos desde la firmeza, la serenidad, la comunicación… pero también desde la autoridad (no autoritarismo) bien ejercida, nunca olvidemos que ese es nuestro papel desde el primer día en que ellos nos regalaron y nos concedieron el orgullo de ser padres.
Alba Psicólogos
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