¿Queréis conocer cómo manejar el comportamiento de los más peques? No, no hablamos de artes mágicas, ¡hablamos de psicología y modificación de conducta! ¿Que tu sobri tiene un manual de 2 toneladas sobre esta temática? No te preocupes, puedes conservar tu visión… porque a lo largo de los próximos capítulos te contaremos de forma breve, clara y concisa cómo hacerte con las pautas necesarias para saber cómo actuar.
¡Empezamos!
Toda conducta humana, sin excepción, tiene una finalidad. Podemos desconocer el objetivo de nuestro hijo cuando se hace pis encima o ignorar la razón por la que nuestra hija pega a sus compañeros, pero lo que sí es cierto es que, si conociéramos su finalidad, tendríamos mucho camino andado para saber qué hacer. Puesto que, si dejamos sin finalidad una conducta que se repite una y otra vez, esa conducta tenderá a disminuir de forma importante; sólo hace falta perseverancia. Y si, por el contrario, se estimula una conducta adecuada, se favorece la posibilidad de que vuelva a aparecer, para lo cual también se necesita perseverancia.
Muchas veces he oído la frase de «¿Por qué lo hace?». Lo hace porque le da la gana, sin tener motivos… Pero detengámonos a pensar un poco. Les reto a que encuentren una sola conducta que no persiga una finalidad; encuentren sólo una, una sola. Algunos estarán pensando es esas conocidas conductas altruistas de muchas personas que se sacrifican a cambio de nada, personas que acuden dos tardes por semana a un hospital infantil para acompañar a niños enfermos que no reciben visitas… podríamos comentar infinitos ejemplos. Pero estas conductas maravillosas también tienen una finalidad, quizás no busquen dinero, ni reconocimiento en los demás, tampoco currículo; a veces, sólo precisan sentirse bien, sentirse «buenos»… En cada persona el motivo puede ser diferente, pero les aseguro que hay un motivo que hace que esa conducta se produzca, que esa conducta se mantenga… lo cual no quita mérito en absoluto a lo hecho —y en ningún momento pretendo infravalorar estos actos tan maravillosos—, simplemente explico una ley universal: Toda conducta humana tiene una finalidad.
Les propongo observar y analizar la conducta de sus hijos para así comprenderla, lo cual será de gran utilidad para saber cómo actuar.
Sólo existen cuatro objetivos que explican las conductas de nuestros hijos: atención, poder, revancha y auto-insuficiencia.
Estos cuatro objetivos del comportamiento inadecuado tienen, como las monedas, dos caras: una positiva, y otra, negativa.
Cuando utilices cualquiera de ellos en sentido positivo, está claro que hay que fomentarlos; si el niño reclama atención mediante un comportamiento positivo, habrá que prestarle atención; si reclama atención a través de un comportamiento inadecuado, habrá que ignorarlo.
Nos debe quedar muy claro que el comportamiento y las intenciones del niño hacia nosotros cambiarán solamente si nosotros cambiamos nuestra actitud. Aunque nosotros no causamos directamente los comportamientos inadecuados del niño, podemos alimentarlos y acrecentarlos, si reaccionamos en la forma esperada por él, es decir, si la conducta del niño obtiene su finalidad. Por consiguiente, debemos concentrarnos en cambiar nuestro propio comportamiento, si queremos que el niño cambie el suyo.
«La modificación de conducta se basa en el principio de que TODO ser humano puede cambiar si considera las consecuencias de sus actos».
Centrémonos a continuación en los cuatro objetivos posibles del comportamiento cuando éste es inadecuado.
ATENCIÓN
El deseo de que se les preste atención es casi universal en los niños pequeños. Los niños prefieren obtener atención de manera positiva, siendo útiles, pero si no lo logran de ese modo, pueden tratar de conseguirla de forma negativa.
La paradoja consiste en que, cuando nuestros hijos tienen comportamientos adecuados, no solemos prestarles atención, lo cual es un grave error. Sin embargo, sí prestamos atención a sus comportamientos inadecuados de llamada de atención, porque nos molestan. Actuamos al contrario de como deberíamos. Hay que prestar atención a los comportamientos adecuados para que se repitan e ignorar los inadecuados para que se acaben.
La búsqueda de atención inadecuada provoca en los adultos molestia, advertencias o ruegos. En el caso de que el niño responda dejando de portarse mal, será porque hemos satisfecho su deseo de llamar la atención. Más tarde, probablemente, repetirá su acción o hará alguna otra cosa para llamar la atención.
Cuando un niño obtiene atención con un comportamiento inadecuado, difícilmente abandonará dicha conducta; es más, estamos alimentándola y fomentándola. Si queremos acabar con una conducta negativa cuya finalidad es llamar la atención debemos ignorarla. En ocasiones, quizás podríamos añadir unas consecuencias lógicas muy breves, con dos opciones de las que el niño debe elegir una (opciones limitadas).
Ignorar es un verdadero arte, hasta el contacto ocular es atención, ignorar significa que lo que está sucediendo no está sucediendo.
Ejemplo:
Suena el teléfono, es nuestra querida hermana Maite. Cuando apenas llevamos unos segundos hablando, nuestro hijo Carlos, de dos años, viene para decirnos con su lengua de trapo y sus gestos, que su hermana Clara no le deja las construcciones de madera. Le decimos que estamos hablando por teléfono y que espere, por favor, a que acabemos de hablar. A los pocos segundos vuelve a venir, todavía con mayores exigencias, gritando y no dejando hablar.
Lo primero es pararnos a pensar, a analizar, y si concluimos que la finalidad de su conducta es obtener nuestra atención, está claro que, si le prestamos atención, estaremos fomentando este tipo de comportamientos. ¿Qué hacer entonces?
Parece estar claro que la actitud más adecuada es ignorarlo, pero además podemos añadir unas opciones limitadas, claras, sencillas y breves (si no son breves, estamos prestando atención), algo así como:
«Carlos, estoy hablando con tu tía Maite. Debes esperar a que acabe. Si vuelves a interrumpirme, deberás quedarte en tu cuarto hasta que yo te llame» (consecuencias lógicas).
El mensaje es claro, respetuoso, pone la responsabilidad en el niño que tiene que tomar una decisión. Posteriormente, basándonos en la decisión del niño, habrá que felicitarle o bien aplicarle la consecuencia elegida.
Ejemplo:
Estamos cenando, nos hemos comido una ensaladita de lechuga y tomate con una tortilla francesa. La cena ha sido muy agradable pero Ángel, de seis años, parece estar alargando la cena para no irse a dormir. Entonces, su padre le dice lo siguiente:
—«Ángel, me gustaría que terminases de comer antes de que el reloj llegue aquí (las nueve). Quiero que esta noche nos dé tiempo a leer un cuento juntos, como siempre, pero si se pasa esa hora, me temo que no nos va a dar tiempo a leer juntos, o sea que ya lo sabes: tú decides, de ti depende».
El padre sale de la cocina, (él ya ha terminado de cenar). A los pocos minutos, Ángel aparece en el salón, se ha terminado la cena, se ha lavado los dientes, lleva en las manos el cuento y reclama a su padre la atención prometida. Ante una situación de este tipo está clara la única respuesta posible del padre: atención de primera calidad y en exclusiva, además de hacerle ver a su hijo con total claridad lo acertado de su decisión:
—«Veo que has decidido acabar la cena pronto, me encanta que te hayas lavado los dientes y me encanta aún más que quieras que leamos juntos. Estoy muy contento de que leamos juntos, ¡ven aquí, campeón!».
En estas ocasiones tampoco sería mala idea premiarle con tiempo extra y leerle más de lo habitual (haciéndole consciente del hecho).
Es muy importante prestar atención a los comportamientos adecuados para aumentar la probabilidad de que se repitan. No olvidemos que la atención es el modificador de conducta más potente que existe.