Aquí estamos de nuevo para saciar tu sed de 5 preguntas… esta vez te traemos la segunda parte de “conocer el objetivo concreto o finalidad del comportamiento”. ¡Sigue leyendo!
CAPÍTULO 5 – CONOCER EL OBJETIVO «CONCRETO» O FINALIDAD (su para qué, su alimento) (PARTE 2)
Veamos otro ejemplo y practiquemos
Ejemplo:
Enrique es un niño inquieto, que muy a menudo tiende a subirse a lugares altos, como las mesas. En casa existe una norma clara: «No nos subimos a las mesas».
El momento más habitual para hacerlo es en el que los adultos están ocupados en quehaceres domésticos, como hablar por teléfono. Enrique lo sabe: si se sube a una mesa, directamente pasa a la silla de pensar. El proceso es muy sencillo: cuando alguno de sus padres observa a Enrique subido o subiéndose a una mesa, le lleva a pensar.
Enrique decide subirse a una mesa y Laura, su madre, lo ve y dice:
—«Enrique, ya sabes que no debemos subirnos a las mesas, así que ahora estarás durante unos minutos pensando sobre ello».
Imaginemos que esto lo hace a la altura del niño, mirándole a los ojos, bajito, lentamente, y, cogiéndole suavemente del brazo, lo lleva hasta la silla de pensar. El efecto en Enrique es de control y seguridad. Seguramente pensará:
—«Mamá sabe lo que hace y dice».
Otra situación similar podría ser decir la misma frase:
—«Enrique, ya sabes que no debemos subirnos a las mesas, así que ahora estarás durante unos minutos pensando sobre ello».
Esta frase dicha desde la cocina (desde allí se ve la mesa del salón) y en tono enfadado, dirigiéndose deprisa hacia el niño, con cara de pocos amigos, cogiéndole del brazo enérgicamente y soltándole un mitin que nunca se acaba… El efecto no será el mismo:
Enrique percibirá el descontrol, el enfado. Enrique ha conseguido acabar con la paciencia de mamá y lo sabe.
Si Enrique pretende:
• Entrar en una lucha de poder, el enfado, la discusión y las palabras sin fin de su madre, lo mantienen.
• Llevar a cabo una revancha, el enfado de su madre será su alimento.
• Conseguir atención inadecuadamente, ya sabe lo que tiene que hacer: subirse a las mesas. Es fácil. Los padres lo decís: «¡Todos los días lo mismo, mira que les castigo, pero como si nada, no sé cuánto tiempo invertimos en lo mismo!».
Es una historia sin fin, nos pasamos años intentando conseguir (por ejemplo) que nuestros hijos ordenen sus cuartos. Durante todos esos años probamos a repetir, rogar, hablar, enfadarnos, castigar… pero no nos paramos a analizar, no buscamos soluciones basadas en la reflexión. Continuamente reaccionamos y nuestros hijos conocen perfectamente esas reacciones; es más, las esperan. Nosotros sabemos lo que ellos van a hacer y ellos también saben cómo vamos a responder, siempre es lo mismo, y aún decimos asombrados los padres:
«¡Toda la vida igual, no se cómo te lo tengo que decir, pareces tonto o sordo. Nunca voy a conseguir que ordenes tu cuarto!».
Esto lo hacemos mientras le estamos recogiendo las cosas que ha dejado tiradas en el suelo. Nuestras palabras mantienen esa conducta inadecuada (tanto si es por una llamada de atención, como si intentan obtener poder, revancha, o si lo hacen por la ley del mínimo esfuerzo) y, además, no hay hechos (consecuencias) que hagan cambiar de opinión a nuestro hijo, por lo cual no cambia. Todo esto nos lleva a una pregunta importantísima:
La respuesta a esta pregunta es una de las claves para que nuestras palabras sean escuchadas. Hay que entregar la responsabilidad de los problemas a quien corresponda.
Alba Psicólogos
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Imágenes texto: https://pixabay.com/en
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