¿Quién no ha cuidado a nadie, de una manera o de otra?
Todos, en mayor o menor medida hemos ejercido el rol de cuidador, ya sea porque nuestro padre/madre, hermano/a o incluso nuestro amigo se ha puesto malo y hemos tenido que facilitarle su día a día preparándole un caldo para la garganta, acercándole una manta para el frío, o dándole las medicinas. En este caso, el cuidado ha sido puntual, ya que la enfermedad de nuestro allegado ha sido pasajera.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando el cuidado se alarga?, es decir, ¿qué pasa cuando la enfermedad de nuestro ser querido es crónica?
Es entonces cuando el rol de cuidador se asume de forma permanente, y la actividad de cuidado empieza a ocupar cada vez más tiempo en la rutina del cuidador, convirtiéndose en una especie de mochila que lleva persistentemente.
Al principio, la mochila pesa poco, los cuidadores se muestran con fuerza suficiente para hacerse cargo de su familiar, sin advertir la carrera de fondo que supone el cuidado continuo y que esa mochila que han empezado a cargar puede irse llenando con el tiempo.
Muchas veces el cuidado crónico se ve como algo externo y lejano a nosotros, que sólo sucede a algunas personas que tienen familiares con necesidades especiales desde el nacimiento o que por alguna situación fortuita y desafortunada ha cambiado sus vidas. No obstante, lo cierto es que cada vez más personas ejercen el rol de cuidador ya que desde hace algunas décadas se está produciendo el sobreenvejecimiento de la población dando lugar a un aumento de personas mayores y, a su vez a un incremento de personas con demencias que requieren atención.
Es por esto por lo que el cuidado permanente es algo cada vez más común y, probablemente, a muchos de nosotros nos toque llevar la mochila del cuidado con nuestros padres, tíos o abuelos.
Esta mochila no sólo carga con las necesidades básicas y psicosociales del ser querido, sino también con todas las consecuencias que se derivan de esta actividad, pudiendo ser emocionales, físicas, sociales, etc. Como se anticipaba más arriba, el cuidado es una carrera de resistencia que en muchas ocasiones ocupa la mayor parte del día del cuidador, siendo absorbido por la rutina del cuidado llegando incluso a descuidar otras áreas importantes de su vida, como puede ser el cuidarse a uno mismo, la familia, el trabajo… Por esto y por todo, el cuidado permanente se reconoce como un estresor crónico que afecta a la salud de los cuidadores.
A pesar del duro trabajo que implica cuidar, en la mochila del cuidado también hay espacio para emociones positivas. Muchos cuidadores expresan esa ambivalencia entre el sacrificio que hacen en muchos aspectos de su vida por cuidar a su familiar y la satisfacción, agradecimiento que sienten por poder ser ellos quienes ayuden a sus seres queridos. El hecho de poder expresar el cariño hacia ellos en forma de cuidado les llena, y es por eso que muchas veces se niegan el derecho a compartir esta dura tarea.
¿Egoísmo?, ¿inseguridad?, ¿culpabilidad?
Todas estas emociones pueden asaltar la vida del cuidador, y por ello deciden no repartir el cuidado, cargando con la cada vez más pesada mochila que va mermando su salud.
“CUIDARSE PARA CUIDAR MEJOR” es una máxima en el cuidado de personas dependientes que muchos cuidadores no conocen o que olvidan.
Uno no puede ofrecer lo mejor de sí mismo si no está al 100%, si nos abandonamos a nosotros mismos, sin nutrir las áreas importantes de nuestra vida caeremos errados, sin poder ofrecer aquello que más nos llena, un cuidado de calidad y afecto.
Date permiso para aflojar la cuerda, abrir el candado del cuidado y dejarte ayudar en esta bonita y costosa tarea siguiendo al pie del cañón.
Alba Psicólogos
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