Hace unas semanas, unos conocidos me comentaban que su hijo solía preocuparse por “tonterías” que le hacían sufrir mucho, y que ellos trataban de ayudarle quitándole importancia a aquello que le ocurría. Me explicaban muy preocupados que parecía tomarse todo a la tremenda y que cuando ellos intentaban consolarle, él rápidamente se ponía a la defensiva y se alejaba de ellos. Decían que se sentían desesperados al no saber cómo ayudarle.
El papá me comentaba que justo esa misma tarde, en el coche de camino a casa, su hijo les dijo que estaba harto porque sus compañeros no le pasaban el balón jugando al baloncesto. Ellos trataron de apaciguar su malestar diciéndole: “No te preocupes, no pienses más en eso, seguro que el próximo día te la pasan”. El niño automáticamente realizó el viaje en coche callado, y cuando sus padres trataban de volver a sacar el tema diciendo: “Para la próxima vez, lo que tienes que decirle es que te pasen más la pelota”, el niño respondía de mala manera que le dejaran en paz.
Los padres decían que era imposible comunicarse con él, que se encerraba en sí mismo y no había manera de sacarle de esa “negatividad”, en la que todo el mundo estaba en su contra.
En ese momento, les hablé de la importancia de conectar, y después redirigir.
Conectar y redirigir
¿Qué quiere decir esta frase? Que debemos conectar con las necesidades del niño y con sus emociones antes de redirigir su conducta. Les expliqué entonces, en el mismo ejemplo que me habían proporcionado sobre que no le pasaban la pelota, que teníamos que tratar de escucharle y comprenderle más. “Pero si se encierra en sí mismo” me replicaron casi al unísono. Y sí, era verdad. El niño se encerraba en sí mismo como respuesta a la solución que le aportaban sus padres: “No te preocupes”. Pero, ¿Cómo no iba a preocuparse? Realmente le estaba sucediendo algo que le molestaba un montón y era que sus compañeros no le pasaban el balón, con todo lo que ello podía conllevar: creer que es malo jugando, que sus compañeros no le valoran, etc. Entonces les propuse a los padres que le dieran un espacio de validación emocional y sustituyéramos el no “No te preocupes, no pienses más en eso” por “Vaya, eso ha debido molestarte mucho/eso no te debe haber gustado mucho…¿Cómo te sientes?” Haciendo eso, estamos conectando, estamos diciéndole que puede sentirse así y que le comprendemos. Estamos abriendo un espacio de diálogo y de expresión emocional, validando lo que le ocurre y cómo se siente. El “no te preocupes” sin embargo, cierra esa puerta al diálogo, le estamos mandando el mensaje de que aquello que le preocupa, no debería preocuparle, y por tanto no debería hacerle sentir como se está sintiendo. Le estamos quitando importancia a aquello que le ocurre.
Una vez que hemos conectado son sus emociones y le hemos comprendido, es momento de redirigir. Redirigir, en este caso, puede ser ayudarle a buscar soluciones: “Oye, y ¿Qué se te ocurre a ti que puedes hacer la próxima vez que te pase como hoy?” Si no se le ocurre nada, podemos ayudarle: ¿Puedes hablar con algún amigo para que te pase el balón? ¿Quizás puedas jugar con otros niños a otra cosa? ¿Se te ocurre algo más? ¿Qué crees que puede ser mejor para ti?
Este proceso de conectar y redirigir, tiene su explicación cerebral. Daniel Siegel lo explica en su libro “El cerebro del niño”. Primero tenemos que atender al hemisferio derecho, que está relacionado con el procesamiento emocional y una vez, que las necesidades de ese cerebro están atendidas, podemos pasar a la lógica y al razonamiento del hemisferio izquierdo, es entonces cuando pasamos a redirigir.
Esa tarde, los padres de aquel niño me dijeron que habían comprendido muchas cosas. En primer lugar, que no le estaban dando espacio a su hijo para que se expresase y estaban invalidando sus emociones, y era lógico que él se pusiera a la defensiva, ya que se sentía completamente incomprendido. En segundo lugar, que cuando le decían “no te preocupes” lo hacían para que su hijo se pusiera bien, porque era a ellos a quienes le generaba mucho malestar ver a su hijo sufrir. En tercer lugar, que eran ellos quienes le daban la solución de lo que debía hacer “tienes que decirles que te pasen el balón” sin darle espacio a ver otras posibilidades y que fuese él quién decidiese qué solución era mejor para él.
Al cabo de unas semanas, los padres me comentaron que habían notado como había cambiado la relación con su hijo, mostrándose más expresivo y abierto con ellos.
Alba Psicólogos
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