¿Por qué nos cuesta hablar de emociones?
Alegría, miedo, tristeza, rabia, desprecio…Sí…Hoy hablamos de emociones.
Como ya sabrás a estas alturas, no hay emociones buenas ni emociones malas. Sin embargo, sí podemos experimentarlas como agradables o desagradables. Todas ellas son necesarias porque cada emoción ocupa una función en nuestra vida. Aunque seamos conscientes de la importancia de nuestras emociones, hay veces que todavía nos cuenta hablar de ellas.
¿Te suenan estas frases?
- Hoy estoy “un poco así”
- No es nada, es que tengo el día raro.
- Estoy como el tiempo
- Me he puesto un poco tonta/o
- Estoy un poco “plof”
Probablemente en alguna ocasión hayas utilizado o hayas escuchado una expresión parecida. Y es común que lo hagamos por varias razones. En primer lugar, porque puede que no encontremos las palabras exactas para definir lo que nos ocurre. En segundo lugar, porque las tareas y las exigencias del día a día nos impiden dedicar tiempo a identificar nuestro estado emocional y preferimos categorizarlo en “estar bien” o “estar mal” cuando alguien nos pregunta. Estas opciones tan reducidas y a la vez tan amplias, hacen que perdamos mucha información emocional, ya que no es lo mismo “estar mal” porque nos sentimos tristes que “estar mal” porque nos sentimos enfadados. Y no es lo mismo estar tristes porque estamos decepcionados a estar tristes porque nos sentimos solos. En último lugar, y no por ello menos importante, a veces evitamos pararnos e identificar lo que sentimos, porque eso supondría reconocer y estar en contacto con un estado emocional que no queremos y que nos haría sentir más vulnerables.
Luces, cámaras… ¡y emoción!
Sin embargo, tomar conciencia de cómo nos sentimos y en consecuencia, poner palabras a nuestras emociones, es útil por varias razones:
- Nos ayuda a comprender lo que nos sucede y cómo nos sentimos en un momento determinado.
- Nos permite explicarle a los demás cómo nos sentimos y ellos pueden actuar en consecuencia mejorando así la interacción. Que los demás sepan que nos ocurre también les da pistas sobre cómo pueden comportarse con nosotros.
- Nos moviliza a la acción, es decir, nos anima a cambiar aquellas situaciones que nos producen malestar y nos lleva a repetir aquellas situaciones que nos proporcionan emociones agradables. Si estoy enfadada porque mi hermana ha hecho un comentario sobre mí en público que no debía, puedo hablar con ella y transmitirle como me siento para que la siguiente vez no vuelva a repetirse. Es decir, ese enfado me moviliza para intentar cambiar aquello que no me ha gustado. Y al revés, si me he divertido mucho la primera vez que hago piragüismo, probablemente me movilizaré a repetirlo más veces o a probar más deportes de ese tipo porque se han despertado en mí emociones positivas.
Y ahora que ya ha quedado clara la importancia de poner palabras a nuestras emociones, ¿Qué te parece si empezamos a cambiar la forma de definir como nos sentimos? ¡Vamos a probar con las frases con las que comenzamos el artículo!
- Hoy estoy un poco así –> Hoy estoy preocupado.
- Me he puesto un poco tonta/o –> Me he sentido vulnerable.
- Tengo el día raro –> Por un lado me siento entusiasmada con el proyecto, pero a la vez me siento insegura, no sé si estaré a la altura.
- Cuando me enteré me quedé un poco “plof” –> Cuando me enteré me sentí decepcionada.
A partir de ahora…¡Te toca a ti!
Alba Psicólogos
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