Afán por prolongar la vida
Parece que prolongar la vida es una legítima aspiración del ser humano. Demorar la muerte. Alejarla. En estado puro, prolongar la vida, así aisladamente, no me parece una meta. Hay que dotar de contenido a esa frase, hay que añadir las circunstancias. ¿Cómo? ¿La de quién? ¿Para qué? ¿Cuánto? ¿En qué condiciones?
Prolongar la vida por prolongarla, sin tener resueltas las consecuencias o más bien, sin tenerlas ni siquiera pensadas, nos da la idea del tipo de sociedad ególatra que tenemos. Sí, ¡lo hemos conseguido! ¡Qué éxito! Pero hay que preguntarse quién disfruta de ello y quién lo padece. Para quién, tanta longevidad es una maravilla y para quién es un castigo. ¿Cuántas personas viviendo en una residencia están felices de vivir? No lo sabemos. No son objeto de encuestas de satisfacción, ni de cuestionarios de felicidad. La sociedad sin duda se siente orgullosa del logro, pero no sabemos cómo se sienten las personas sobre las que recae este éxito.
El peso de la dependencia
El principio y el fin de la vida tienen cosas en común. La fundamental es que dependes de otras personas para sobrevivir. A nadie se le ocurre pensar en aumentar la natalidad si no hay medios para que nuestros bebés estén cuidados y atendidos. Sin embrago, no pasa lo mismo con los mayores. Cuando una persona mayor es dependiente, ¿sobre quién recae la responsabilidad de cuidarla? Ese es un debate que aún sin resolver. ¿A quién le corresponde su cuidado y su atención? ¿Sus hijos o hijas tienen que dejar de trabajar para cuidarla? Igual que hay permisos de maternidad, ¿hay permisos de filialidad? Igual que hay plazas de guardería asequibles, ¿hay suficientes plazas de centros de día asequibles?
Igual que el Estado supervisa y es exigente, como debe ser, con las guarderías, ¿lo hace con las residencias de mayores? ¿Pone las mejores condiciones para que no sea un negocio sino un servicio?
En las residencias donde residen nuestros mayores no querríamos vivir nosotros. ¿No es sospechoso? ¿Alguien se pide un futuro como el de las personas que están ingresadas en residencias? ¿Alguien se pide una vida, cuando se llega a ser dependiente, de estar solo/a en casa al cuidado de otra persona 24 horas? ¿Y qué remedio queda? Está claro que residencia, o casa con cuidadora. La alternativa de estar en casa de tu hija o hijo, si tienes, ni la contemplo. Está plagada de dificultades.
En las películas americanas vemos residencias de mayores donde se ve a la gente activa y en buen estado. Las salas no están llenas de sillas de ruedas con personas atadas para que no se caigan, otras que lloran, otras que hablan solas… como pasa en nuestras residencias. A lo mejor tiene que haber diferentes tipos de residencias. Lo que está claro es que no pueden ser un negocio y tienen que estar supervisadas y cumplir requisitos de ratio, de personal especializado, de servicio médico, de supervisión alimentaria, etc. como se hace con otras instituciones.
Cuestión de prioridades
Pero se trata de un colectivo devaluado sin ningún interés sociológico. No importa su opinión. No se les pregunta.
Así como en los últimos años hemos venido asistiendo al crecimiento de los movimientos feministas y ya las mujeres hemos dicho cómo queremos vivir, con quién, qué queremos hacer con nuestra maternidad, etcétera. Hemos dinamitado el destino al que estábamos condenadas, ¿se podrá dinamitar el destino a que estamos condenados cuando seamos mayores? ¿Y cuál será la alternativa? Se hace necesario un debate social sobre la vejez y su sentido.
La crisis del COVID-19 nos ha puesto delante de las narices las consecuencias de prolongar la vida en el vacío. Las víctimas del avance de la ciencia sin conciencia han sido nuestros mayores, todas las personas que teníamos, como sociedad, en residencias de todo tipo. Y, nosotros, como sociedad y como Estado, somos responsables de que existan residencias a las que no querríamos ir.
Alba Psicólogos
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